domingo, 29 de junio de 2008

La abuela Carmen (Capítulo III)



Llega a casa de su abuela Carmen y la encuentra sentada frente al televisor observando lo que ocurre en el programa de Gran Hermano al que se ha aficionado y sigue diariamente. Conoce al dedillo la vida de estos personajes que venden su intimidad por llegar a ser famosos y reconocidos cuando salgan a la calle. No serán famosos por hacer algo importante para los demás sino por criticar, insultar y despellejar a sus compañeros. Pero a ella le gusta, se sienta en su raído sillón y, sin esfuerzo, se empapa de la ración diaria de odios y traiciones. Carmen es bajita y regordeta; tiene el pelo cano recogido por un moño; su carácter es vivo, aunque se le nota el cansancio a la legua. Su marido murió hace seis años y la dejó viuda, con dos hijas y un hijo. El menor murió de SIDA hace ahora dos años y es el responsable de la mayoría de sus arrugas y de la desilusión que emana de sus ojillos claros. La mayor está viviendo con su marido en Barcelona desde que se casó, va para cinco años ya, poco después de que faltara su padre. Y la mediana, Julita, la madre de Jonatan, vive con ella desde que el marido la abandonara embarazada. Abuela, ¿mi madre ha vuelto ya? Carmen niega con la cabeza, con un gesto mecánico y preocupado. ¿Ni tampoco ha llamao? Suena un “no” arrastrado de la abuela, pero no dice nada más. Guarda silencio y sigue mirando la pantalla con ojos transparentes. No obstante le quedan fuerzas para reprocharle a Jonatan que ha estado fuera toda la tarde sin aparecer por la casa. No has merendado, le dice. Abuela, no tenía hambre. ¿Dónde has estado, sinvergüenza? En la calle abuela, que pesada eres, siempre preguntas lo mismo. Y tú, siempre me respondes igual. Entonces, ¿pa que me lo preguntas? Si sabes lo que te voy a contestar. ¿Has cenado? Sí, me voy a acostar, estoy cansado. Se mete en su habitación, se introduce en la cama y enciende la televisión. Busca con el mando a distancia el programa que quiere ver y se deja adormecer por una emisión de anuncios entrecortada a veces por una película. Se le abre la boca y cierra los ojos. Lucha por mantenerse despierto, pero los párpados parece que son de cemento. El forcejeo se mantiene durante diez minutos más, pero al final, como un guerrero extenuado, se rinde al sueño. En su mente, como un ascua solitaria, lucha por no desaparecer la preocupación por su madre.
Una sacudida suave, pero contundente, de una mano pequeña y regordeta saca a Jonatan del sueño erótico que estaba disfrutando con “la viuda de blanco”. Me cago en la puta, exclama para sí. De esa forma manifiesta su frustración por el apetecible desenlace del sueño perdido mientras se tapa la cabeza con la cobija de la cama. Permanece unos segundos en posición fetal pensando que hoy no ha tenido las pesadillas que habitualmente le angustian. Mejor, piensa. A continuación despide con un brusco movimiento de manos y pies la sábana y manta que lo protegen del leve frío otoñal y de la humedad del tiempo de levante. Coge del suelo los pantalones, la camiseta y el jersey que anoche se quitó y se los pone mecánicamente mientras murmura entre dientes: Y no le caerá una bomba a la escuela, maldita sea... Tengo que levantarme tan temprano y hacer lo que los maestros quieran. Y la peor de todos la “Pelua” que está dale que te pego con las tablas y con las divisiones como si fuera un niño pequeño. La odio. No me deja tranquilo, siempre gritándome y echándome de clase. Un día de estos va a tener un problema serio conmigo. La voz de la abuela que lo llama para desayunar lo saca por un momento de su reconcomio. No puedo abuela, se me hace tarde. Me tomaré un bollo en el instituto. Bebe de pie la taza de café negro que Carmen le ha preparado y coge los tres euros que ésta le ha dejado sobre la mesa. Antes de salir, se aproxima al dormitorio de su madre y comprueba que se encuentra allí convertida en un ovillo informe debajo de una manta. Esto lo tranquiliza y suaviza el mal humor con el que se ha levantado. La besa en la frente con cuidado de no despertarla, cierra con suavidad la puerta de la habitación y se marcha al instituto.



Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar

No hay comentarios:

Publicar un comentario