jueves, 19 de junio de 2008

Odio el cambio de ropa...



Ya está aquí el verano. Y claro, a estas alturas, como siempre, mi armario es un caos. Mi madre diría, más enérgicamente, una leonera. El panorama es desolador, los jerséis de "cuellovuelto", los pantalones de pana y las bufandas luchando por un mismo espacio con las camisetas de tirantes, bañadores y pantalones coquineros. Pues bien, en un acto heroico anuncié públicamente, sobre todo para no arrepentirme y no ser pasto de posteriores críticas familiares, que este fin de semana haría el cambio de ropa de invierno a verano.
Yo tengo un vestidor con una planta y un ático ¿Qué no lo habéis oído nunca? Seguro que sí. La primera planta es un armario con tres puertas, el ático, más conocido popularmente como el altillo, es el espacio donde puedes esconder la ropa de la estación contraria con o sin orden, estando a resguardo de las miradas de cuñadas, cuñados y hermanas criticonas.
Todos los cambios de estación me plantean el mismo dilema. ¿Es mejor vaciar antes el ático y hacer un trasvase progresivo y ordenado de la ropa de la primera planta o vaciar la primera planta y hacer lo contrario? Opto por la tercera y devastadora vía: toda la ropa de invierno encima de la cama y todas las cajas y bolsas del altillo en el suelo, junto con la amalgama de botines forrados de borreguito que coexisten con las sandalias veraniegas. La visión es desoladora. Me siento en medio de la cama en posición flor de loto, junto las palmas de las manos a la altura del regazo, entono un "mmmmm" reparador y me digo: Violeta, ante todo mucha calma. Me armo de valor y como una amazona intrépida inicio la batalla.
La cosa empieza bien. Abro la caja donde pone "pantalones verano", la vacío y voy colocando los pantalones de invierno. Como la ropa de invierno ocupa más sitio, tengo que mezclar en otra caja los pantalones con las bufandas. ¡Ya empezamos! Añado con rotulador en la caja de los pantalones: "bufandas". Los gorros y los guantes ocupan menos sitio que las bufandas y los pantalones. Me arrepiento y saco los pantalones de la caja y reagrupo las bufandas, gorros y guantes en la misma caja. Seguidamente tacho lo escrito anteriormente y así va pasando el tiempo... ¡Ah! ¡Sorpresa! La caja de los vestidos, ya no me acordaba... ¡La prueba del algodón! Ya se sabe que con la edad podemos evolucionar en dos direcciones distintas: te "ajamonas" o te "amojamas". Yo sólo os digo que me gusta el jamón... nadie es perfecto. Como no me gusta probarme ropa, no me quito la que tengo puesta y me colocó la prenda en cuestión encima de los vaqueros y la camiseta que llevo, no sin un gran esfuerzo. La lucha es encarnizada pues el vestido lucha por encajar bien pero con la ropa que llevo debajo y mi afición al jamón, resulta un poco difícil.
Justo cuando los dientes de la cremallera se te están clavando en la columna, estás sudando como un pollo y a punto de pedir ayuda porque el aire no entra en tus pulmones, se cumple mi particular Ley de Murphy, el día que haces el cambio de ropa, viene visita.
Oigo la voz de Martín:
- ¡Violeta! ¡Violeta! Tenemos visita... ¿Violeta...? ¿Te pasa algo?
Como no respondo, Martín decide subir a ver que me ocurre. La imagen es indescriptible. Estoy de pie, con el vestido presionándome el pecho, con los dos brazos hacia arriba, la cara oculta por el vestido, sólo aparece un ojo por la manga sisa...

- Pero Violeta, mira que eres difícil... ¿Tú no puedes probarte la ropa como las personas normales? ¿No es más fácil que te quites la ropa que llevas y luego te pruebes el vestido?
Como no respondo y mis movimientos son los de una posesa, por fin Martín logra bajar la cremallera y vuelvo a la vida. Mi cara es la de "cachondeoelpreciso". Mi salvador, que me conoce como si me hubiera parido, aguanta la risa como puede y baja a atender a la visita sin hacer ningún comentario.
Llega la noche, se van las amistades y cuando vamos acostarnos: ¡Sorpresa! Ya no me acordaba... ¡Aaaah! Solución: toda la ropa de invierno que hay encima de la cama, termina mezclada en el suelo con las prendas de verano, las sandalias y los botines.
Cumplí mi promesa y el domingo por la tarde el objetivo estaba aparentemente conseguido. Digo aparentemente conseguido porque ya sabéis lo que pasa. Cuando todo está bien ordenadito en el altillo, de pronto caes en la cuenta de que no has hecho hueco a los edredones, tienes dos jerséis de lana tendidos en el patio... y vuelta a empezar.
Bueno, comprenderéis por qué es traumático para mí el cambio de ropa. No creáis que soy desordenada, no es verdad. Es que me gusta la variedad, el cambio. Las cosas colocadas siempre de la misma forma no tienen gracia. Esto se lo explico a mi querido Martín que me escucha con una paciencia infinita. Asiente con la cabeza y con cara de "quehechoyoparamereceresto", me contesta con su tonillo irónico:
- Sí. Claro. Ya, ya... Violeta, si yo te comprendo...
Y es que no tengo remedio, en el fondo me gusta el desorden, sólo en el fondo porque no se ve.
Por cierto, todos los años me queda un misterio sin resolver y estoy por escribirle al Iker Jiménez:
¿Por qué cuando has tirado un calcetín, al día siguiente aparece el otro?

2 comentarios:

  1. Que sepas que ésta hipnotizada ya no critica, jejeje, porqué éste es un proceso caótico para todos los miembros y miembras de la casa.

    Mi armario ya no es lo que era, ¡por suerte!
    Ya no tengo aquellos cajones con las piezas increiblemente alineadas, ni las prendas colgadas por tipos: faldas, pantalones, blusas, camisas i jerseis..

    Tener un cierto caos es inspirador. El otro día se nos apareció una araña, por dónde vivimos y por la época, eh, no por marranos, que conste en acta. Y en mi casa se armó la tercera guerra mundial entre los otros miembros y a mi me toco el casco de Valquiria y la lanza, jajajaja.

    ¡El cambio de ropa, el traslado entre armarios, es una asco! Y si encima vives en una zona donde no acaba de instalarse nunca el verano, ni nunca acaba de llegar el invierno, donde existe una clara primavera y un claro otoño, el tema llega a la tortura.

    Siempre andan piezas del llamado "entretiempo" perdidas por ahí,a las que se suman algún jersei grueso por si te pegas un paseo por la montaña o un anorak por si te das una vuelta por los Pirineos. Camisetas de mangas cortas, largas, de felpa, de algodón, todo por si acaso...

    Tampoco puedes guardar mucho los edredones, porqué a la que te descuidas te pega un bajón la temperatura y, ale, a taparse. Cómo esta semana que se ha inundado medio municipio y nos ha vuelto a bajar la temperatura a 16º C sin esperarlo dos días después de abrir la piscina del pueblo...

    Te entiendo Violeta, te entiendo... Y, además, acuérdate de la ropa de tus críos cuando eran pequeños, jejejeje, la desesperación de ver una caja entera sin aprovechar porqué les va un palmo corta y parecen Juanito va de Corto o ya sabes, tener una chavala pre adolescente ¡a la que ya no le van las camisetas!

    Aaaaahhhh, a mí me toca este fin de semana, ips, uf, bua!

    Y añado a tu pregunta:

    ¿Por qué será que los rótulos del año anterior no coinciden casi nunca con el contenido de la caja?

    ¿Por qué será que de una temporada a otra te das cuenta de que has guardado una horterada de prenda que sabías perfectamente no te pondrías en la vida y te ocupa un espacio casi imprescindible?

    ¿Por qué, cómo tu dices, encuentras piezas que ya dabas por perdidas cuando has descartado su compañera después de meses de guardarla?

    Misterios insondables de los armarios roperos y los cajones sin fondo. Después de leer tantos cuentos no se si empezar a creer en los duendes caseros, chica.

    La hipnotizada solidarizada y medio abducida en el armario ropero y un pie en un cajón

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  2. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una lectura, quizás se deba a que has descrito la situación tan real y parecida a más de una, o quizás a que me he metido en tu pellejo en esos momentos o a que esribes francamente bien, pero hoy me reído con lágrimas de alegría.Gracias sinceras.

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