lunes, 11 de agosto de 2008

¡Qué vida más cabrona! (Cápitulo IX y último)




Está reunida la Comisión de Convivencia del instituto para estudiar el caso de Jonatan. La reunión tiene lugar en el Paraiso, un despacho del centro desnudo y frío; con las paredes arrasadas y blancas; un armario cerrado de madera de media altura, color crema y con los cantos verdes, en cuya parte superior yacen desordenados unos boletines oficiales ya amarillentos; dos mesas de reunión alineadas con la superficie de color verde y patas cilíndricas amarronadas; y una docena de sillas metálicas tapizadas de loneta -para no desentonar- verde también. El despacho está al final de un pasillo alicatado con azulejos, verdes, en el que hay una zona en la que éstos están sujetos a la pared por un tornillo tirafondo, una peculiar manera de adherir la loseta y que simboliza una especie de solución final ante la relativa resistencia de los materiales o ante la malévola curiosidad de los estudiantes. Una puerta de madera, también verde, permite el acceso al lugar de la reunión. En el muro que hay frente a la puerta, como dos ojos de gigante, encontramos dos grandes ventanales con persianas de tambor que curiosamente no son verdes. La orientación al norte del despacho le proporciona un plus de frialdad y humedad que lo hace poco confortable a estas horas de la mañana en las que el tímido sol de noviembre es más agradecido con las zonas orientadas al punto cardinal opuesto. Cuatro tubos fluorescentes dobles complementan la luz que penetra por los ventanales enrejados y que es entorpecida por una pantalla verde formada por dos ajados árboles del amor y un enhiesto árbol del cielo, un ailanto altísimo, circunstancia que ha motivado al profesorado a bautizar la covachuela con ese bíblico nombre.
A la reunión asisten dos profesores, una madre, un estudiante, el director y María, la jefa de estudios. En este momento toma la palabra D. Francisco Javier, un catedrático de ciencias, próximo a la jubilación y que lleva en el instituto casi desde su creación. Es robusto y de mediana estatura, pelo cano y raya al lado, bigote hirsuto y diminuto que contrasta con una abundante humanidad, nariz prominente y ojos severos de color marrón. Viste una chaqueta gris, debajo de la cuál se observa un jersey azul de pico del que sobresale el cuello de una camisa blanca, unos pantalones de pinzas de tela de color oscuro completan su formal indumentaria. Con voz engolada, afectada y fina comenta:
- La presencia de este alumno en el instituto perjudica a los demás. Es un delincuente que roba y maltrata a sus compañeros, una manzana podrida que echará a perder a otros. Un muchacho así no está en sus cabales, algo le debe de pasar, seguro, pero no es asunto nuestro atender a un alumno en estas condiciones.
- Como ya sabemos todos, no podemos tomar esa decisión, no está recogida en el decreto de derechos y deberes de los estudiantes -indica María- es un chico difícil, pero hemos de adoptar medidas que no contravengan la ley.
- La culpa de todo la tiene esa dichosa ley, la LOGSE, que juntó a todos los chicos en un mismo instituto sin tener en cuenta sus intereses. Si ni siquiera quieren venir, ellos estarían contentos aprendiendo un oficio y no obligados a asistir al instituto en contra de su voluntad.
- Bueno, bueno, va...vamos al tema que nos interesa, hacer o dis...discutir leyes no es competencia de esta co...comisión -cortó el director, un hombre obeso y de pronunciadas entradas, con voz grave e insegura.
- Tiene que haber centros especiales para estas personas. Yo, como profesor, tengo que enseñar ciencias, pero no es mi obligación educar a los alumnos..., para eso están los padres -Insiste D. Francisco Javier.
- Presentaré brevemente el problema y a continuación cada miembro de la comisión que lo desee podrá intervenir para exponer su punto de vista respecto a la situación que nos concierne -interviene María con objeto de evitar que la reunión derive y se pierda el tiempo. La madre de Jonatan ha sido citada pero hasta el momento no ha comparecido. Continúa María con su informe:
- Ya saben lo sucedido, Jonatan viene a clase sin materiales, a veces llega tarde y también hace rabona; hay bastantes quejas de compañeros, incluso mayores, que dicen que se mete con ellos, los insulta, empuja y amenaza; también se acumulan quejas de la mayoría de los profesores diciendo que no trabaja en clase, desobedece y los desafía, con frecuencia es expulsado de clase; por último, ayer, le quitó con amenazas un anillo a un niño de primero. Hay testigos que corroboran que esto es verdad, aunque él no acaba de reconocerlo. Ya ha sido expulsado en una ocasión, aunque sólo durante tres días, por iniciativa de la dirección del centro y por acumulación de partes de sanción.
- Yo pienso que no está para que lo tengamos aquí en el instituto y opino que hay que expulsarlo definitivamente -insiste el catedrático de Ciencias con una tenacidad que ya la quisieran muchos científicos.
La otra representante de los profesores levanta con timidez la mano derecha pidiendo con su dedo índice la palabra. Es una chica joven, algo menor de treinta años, profesora de Lengua, con el cabello muy corto y una cara regordeta y agradable en la que se dibujan unos ojos negros grandes rodeados por cejas y pómulos acentuados.
- ¿Conocemos las circunstancias de este chico? ¿Tenemos idea de sus condiciones de vida? No estoy totalmente de acuerdo con Francisco Javier, pienso que antes tenemos que intentar algo, saber qué le pasa, por qué actúa así. Yo propongo que lo derivemos a la orientadora y a los Servicios Sociales.
- Son ganas de perder el tiempo. El que nace lechón muere cochino. Y éste es un malvado que no tiene solución. No sé por qué tenemos que soportar estas situaciones. Este niño tiene que estar en un colegio especial donde sepan abordar su problemática. Hay que echarlo. Insiste el catedrático.
- ¿Y la representante de los padres qué opinan? Dice María.
Sara es madre de una alumna de tercero de secundaria. Bajita, gordita y muy expresiva. Ojos vivos y oscuros, cara redonda y pelo rizado. Treinta y nueve años, de los cuales quince como ama de casa en un hogar de clase media seguro y confortable. Es una mujer sencilla y sensible, pero que no está habituada a comportamientos tan extremos como el que aquí se juzga.
- Ya sabéis que nosotros apoyamos a los profesores. Estos problemas nos sobrepasan. Todos los niños tienen derecho a la educación, pero los demás también tienen derecho a poder tenerla y a que nadie los maltrate o agreda mientras están estudiando. No se puede permitir que alguien pegue o robe a otros. Por otro lado, si se puede hacer algo por este chico que se haga: hablar con la familia, pedir a la orientadora o a los Servicios Sociales que intervengan, cualquier cosa.
- ¿Y el representante de los alumnos?
Eduardo es un estudiante de 2º de Bachillerato aplicado y formal a quién el director animó a presentarse en las elecciones al Consejo Escolar del instituto al no haberse presentado nadie como candidato al mismo. Delgado y con una melenita a lo príncipe de Beukelaer de color castaño claro. Los ojos pequeños y caídos se hunden aún más en un rostro salpicado de granos como un higo chumbo. Buen estudiante, está destinado a ser ingeniero cumpliendo las expectativas de sus padres. Nunca se ha metido en líos y todos reconocen sus méritos estudiantiles.
- Yo pienso como don Francisco Javier, hay que echarlo porque no se porta bien y trata mal a los otros niños. Está siempre buscando pelea por los pasillos o en el patio. Si le da la picá te empuja o te escupe sin venir a cuento. Va de chulito. Si se va estaremos más tranquilos todos.
- Bu...bueno, oída la Co...comisión, yo propongo que se expulse a este alum...no por un periodo de quince días lec..tivos. Así estaremos tres se...semanas descansan...do de él. Sentenció el director con su voz ametrallada.
María propuso también que se derive su caso a la orientadora y a los Servicios Sociales para ver si se puede mejorar su comportamiento a través de la intervención familiar. Nadie objetó nada. Sólo don Francisco Javier hizo constar por enésima vez, que a él el castigo le parecía insuficiente y que había que pasar el caso a la Delegación para que le buscaran un centro especial.
Se levantó la sesión y se formaron dos corrillos donde continuaron comentando lo tratado en la reunión que acababa de finalizar. María se marchó sola por el pasillo verde, alejándose del Paraíso, mientras reflexionaba sobre la decisión que acababan de adoptar. Sólo servirá para tener unos días de tranquilidad sin su molesta presencia, pero nada más. A lo mejor es que sólo eso se puede esperar de una situación así.

Los primeros días después de la expulsión, Jonatan siguió acudiendo al centro y antes de comenzar las clases se colaba en el instituto y realizaba actos vandálicos: se dedicaba a descolgar las pizarras, a tirar alguna silla al exterior desde las ventanas de los pisos altos, a romper grifos de los servicios... El día que le comunicaron la expulsión y que no lo dejaron entrar en el instituto, descargó toda su ira y su rencor apedreando salvajemente las ventanas del centro. Lo vieron con gesto desafiante y enojado arrojando piedras con toda su rabia y gritando: cabrones, cabrones, cabrones... María, sentada en su despacho delante del ordenador, contempla el madroño que hace guardia frente a su ventana con ojos apesadumbrados. Una lluvia ligera de otoño humedece el pavimento y entristece la mañana. Algunas lágrimas furtivas se asoman a sus ojos inocentes mientras piensa: ¡Qué vida más cabrona!



Relato corto: El sol negro

Escrito por Martín Almodóvar