jueves, 7 de junio de 2012

Mi Instituto


Yo estudié en el Instituto Infanta Isabel de Aragón de Barcelona. Un instituto público peculiar, en un barriada, La Verneda, que podríamos calificar hoy, como un centro de compensatoria. La Verneda era un barrio obrero, con altos pisos y pocas zonas verdes, carente de atractivo urbano. El instituto no estaba en mi barrio, pues por aquel entonces había pocos centros públicos y mucha demanda. Había listas de espera interminables y podían pasar dos o tres años para que hubiera una plaza escolar libre. Mi familia, como muchas otras en aquellos años, no podía permitirse el lujo de pagar un colegio privado. Así que todos los días tenía que andar más de media hora hasta el instituto. El autobús suponía un lujo, solo permitido en los días de lluvia o mucho frío.
Pero mi instituto era especial no solo porque era femenino, sino porque había una mezcla de alumnas un tanto extraña. Por una parte las que veníamos andando o en autobús y otras que llegaban acompañadas por sus padres en lujosos coches. Años después comprendí esa extraña variedad.
Mi instituto tenía cuatro plantas. En la primera planta había un gran vestíbulo con dos escalinatas por las que se accedía a las plantas superiores. Allí, arriba, entre las dos escaleras, nos recibía todas las mañanas, sin faltar un solo día, nuestra directora, Angels Ferrer i Sensat, con un periódico en sus manos.
- ¡Buenos días, nenas! Vamos a ver lo que hoy ha pasado por el mundo.
Y con un gesto de su anciana mano, todas, casi a la vez, nos sentábamos en el suelo y escuchábamos la noticia que había elegido para ese día. Éramos más de 500 o 600 alumnas, niñas y adolescentes, embobadas por su entusiasmo y locuacidad. Esa era nuestra primera clase de la mañana, nuestro primer cuarto de hora de aprendizaje como ciudadanas.
A mí directora, la recuerdo menuda, ya con el pelo blanco recogido en un moño. Era enérgica y transmitía ilusión y entusiasmo en todo lo que hacía. Fue mi profesora de Ciencias y con ella estudiamos  la flora y fauna de todos aquellos descampados y charcas que había alrededor del instituto. Allí estaba ella, con la falda arremangada y sus botas de agua, llenas de barro, en mitad de una charca explicándonos no sé que de un ecosistema...
En el laboratorio de Ciencias investigábamos, clasificábamos todo lo que habíamos recogido en aquellas disparatadas salidas para estudiar el entorno.
Con las limitaciones políticas durante los años setenta, supo dar al instituto un aire atípico y renovador. Ya en aquellos años había un ascensor para las alumnas o profesores que tenían alguna discapacidad física. Teníamos un horno de cerámica, laboratorios de idiomas y ciencias, una sala multiusos, gimnasio donde se impartían clases de gimnasia rítmica. Siempre había actividades lúdicas, deportivas, de convivencia. Una vez al mes íbamos al Liceo de Barcelona a escuchar conciertos...
Quiero expresar mi admiración y respeto por Ángels Ferrer, mujer combativa y defensora de la enseñanza pública,  represaliada por el franquismo, desposeída de su Cátedra después de la Guerra Civil. No le importó ser desterrada a un "instituto perdido" en una barriada obrera donde la mayoría de alumnas éramos hijas de trabajadores y desempeñar una labor docente de excelencia.
También mi admiración y cariño al claustro de profesores y profesoras de mi querido instituto que intentaban despertar  y activar nuestras mentes adolescentes:
Al profesor de latín que antes de declinar el rosa-rosae, los primeros diez minutos de su clase los dedicaba a leernos "La mujer rota" de Simone de Beauvoir;  a la  de Manualidades, entonces Enseñanzas del Hogar, que entre punto de cruz y patrones de faldas nos hablaba de anticonceptivos  y de sexualidad; a la de Música por aquellas magníficas coreografías en las que nos divertíamos tanto; a las profes de gimnasia que nos hacían bailar y disfrutar del ejercicio físico, a la de Francés que trataba de convencernos de la importancia de los idiomas en el futuro; al de Matemáticas por montar aquellas maravillosas obras de teatro de Bertolt Brecht, a mi directora por conseguir que alumnas de una barriada obrera pudieran ir al Liceo de Barcelona una vez al mes a escuchar conciertos de música clásica.
Gracias a la Escuela Pública, muchas de aquellas alumnas de un barrio obrero, llegamos a la Universidad y ahora luchamos por una enseñanza pública y de calidad.
Hace poco me he enterado que la plaza donde sigue mi antiguo instituto lleva el nombre de mi directora, Angeleta Ferrer.