miércoles, 28 de diciembre de 2011

El cuaderno azul (Captítulo II)


Era un viejo cuaderno, con las tapas de cartón azul. Con la mirada puesta en el vestíbulo de la estación, una mano dentro del bolso y el corazón en la boca, abrió el cuaderno y tocó lo que parecía una foto. Con disimulo y sin dejar de mirar lo que ocurría a su alrededor, pasó la foto del cuaderno a una de las revistas que había comprado.

Tenía el color sepia de las fotos antiguas. Una pareja de jóvenes posaba en bañador. Sonrió. Le dio la vuelta y en un sello algo borroso, pudo leer: Estudio Fotográfico Fotos Tamarit, Barcelona.

Ella no tendría más de veinte años. Llevaba un bañador, seguramente azul con rayas blancas que rodeaban las mangas, el cuello y el dobladillo, él era quizás algo mayor, alrededor de los treinta. Acababan de bañarse. Tenían los pies mojados y llenos de arena. Los bañadores se pegaban a sus cuerpos.

Levantó la vista de la foto, dio un vistazo rápido a la estación y respiró. No había nadie cerca. Observó la foto detenidamente y descubrió unas palabras escritas con tinta ya algo borrosa. Puedo leer:

Nuestro primer baño en el mar"

Junio 1936”


Guardó la foto y se sintió mal. Pensó que estaba profanando la intimidad de esas personas. Se levantó y se dirigió hacia la cafetería donde encontró el cuaderno, pero estaba ya cerrada. Sus ojos inquietos buscaron entre las pocas personas que ya quedaban en la estación. Nadie parecía estar preocupado por haber perdido algo. Buscó entre las personas más ancianas, escrutando sus facciones por si encontraba algún parecido con la pareja de la fotografía. Nada.

Su mente se debatía entre entregar el cuaderno en la oficina de objetos perdidos o definitivamente decidirse a abrirlo y leerlo.

jueves, 15 de diciembre de 2011

El cuaderno azul (Captítulo I)

I

No podía creerlo. Había estado tan ocupada y emocionada preparando el viaje, que no se enteró de la huelga de los ferroviarios. Rebuscó su móvil en el bolso. Intentó llamar y nada, sin cobertura. Bueno, no cabía otra cosa que tener paciencia. Merodeó por la estación buscando un kiosco donde comprar chicles y alguna revista de esas que traen pasatiempos. Había traído un libro pero no le apetecía leer. Se sentó en una de esas incomodísimas sillas de plástico que hay en las estaciones modernas, puestas en fila, en las que la piel de las piernas se queda pegada como una lapa.

La estación estaba muy animada. Había mucha gente que deambulaba parándose en las pantallas donde anunciaban las entradas y salidas de los trenes. Caras de desesperación, de tristeza, de indignación. Cuando anunciaban la salida de algún tren, se ocasionaba un pequeño barullo, carreras, pisotones y algún tropezón inesperado.

Poco a poco la animada estación se quedó casi desierta. Estaba ya un poco aburrida y decidió probar suerte con su móvil. Salió a la calle. Hacía frío y tampoco tenía cobertura. Entró y se dirigió a una de las pantallas para comprobar si algo había cambiado. Nada, su tren seguía anulado. Tenía hambre y decidió entrar en una de las pocas cafeterías que aún quedaban abiertas. Comió un bocadillo y se pidió un café. Le dolían las piernas. Llevaba muchas horas sentada. Se agachó para masajearse los tobillos y vio un cuaderno tirado en el suelo.

Su primera intención fue entregárselo al camarero, pero la curiosidad la venció. Guardó el cuaderno en el bolso, pagó su consumición y como si hubiera cometido un crimen, salió del local apresuradamente.

viernes, 14 de octubre de 2011

El viaje

Estaba aterrorizada. Esperó hasta el amanecer para salir de casa. Lo había decidido. Tiró al contenedor su netbook, su ipod, su móvil, su play, su tablet... ¿Qué pasaría ahora? Tenía miedo. Había oído que muchos no regresaban. Sin embargo su decisión era irrevocable.
Y finalmente emprendió el viaje hacia el mundo real.

viernes, 26 de agosto de 2011

¿Dónde estuvo el error?

Siempre imaginó los nombres de sus hijas. Fantaseaba y pensaba que si tuviera tres hijas se llamarían Raquel, Irene y Esther.

Son esas extrañas intuiciones que se acomodan en el pensamiento y que finalmente se convierten en realidad.

No, seguro, ninguna llevaría su nombre. Jamás le gustó. Tampoco les pondría los nombres de sus hermanas, cuñadas, abuelas o suegra. Ella había elegido un nombre especial para cada una de sus hijas y las tuvo. Tres hijas, tres.

Sus nombres tan cuidadosamente imaginados se extraviaron en un oscuro y extraño laberinto de rencor que construyó implacablemente durante toda su vida.

Su primera hija llevó el nombre de su mejor amiga. Supuso una marca indeleble para toda su vida. Sí, su primera hija llevó el nombre de su mejor amiga. No, no era feo el nombre, pero resultó decididamente inconveniente. Siempre que llamaba a su primera hija, recordaba que era el nombre de la amante de su marido.

Mala suerte.

Cuando nació su segunda hija le rogó a su marido que eligiera cualquiera de los nombres que ella siempre había deseado. Él decidió soprenderla y a su segunda hija le puso su tan odiado nombre.

Decepción.

El nombre de su tercera hija no corrió mejor suerte. Se llamó como su abuela, la madre de su marido.

Rabia.

¿Dónde estuvo el error? Quizás en los nombres, pensó. Pero otras veces se consolaba pensando que eran hijas equivocadas de otra madre que andaba angustiada buscándolas desesperadamente.

Nunca le gustaron los nombres de sus hijas. Sus hijas, tampoco.

Tristeza.

Tristeza para todas, a partes iguales.



viernes, 17 de junio de 2011

Madre indignada

Soy una indignada madre de dos hijos “perroflautas”. Sí, sí esos que van con rastas. Esos que son criminalizados por su aspecto. Esos sobre los que se ejerce la violencia cada vez que viajan y son cacheados porque según la policía dan “el perfil”. Esos que en cualquier espacio público los descalzan, les remueven sus pertenecías personales bajo la mirada de un público inquisidor, haciéndoles perder su dignidad.
Soy una madre indignada de dos perroflautas que son discriminados por su aspecto en multitud de trabajos. Soy madre indignada de dos perroflautas indignados, sí, sí de esos que se sientan pacíficamente para recibir los palos de algunos policías desaforados por reclamar, por exigir una vida mejor para todos y todas.
Me parece indignante asociar directamente a una determinada estética unos comportamientos violentos o delictivos. Es ejercer la violencia propia del pensamiento totalitario. Es obsceno. Un perroflauta rastero es violento, sucio, drogadicto, vago… claro dejan de ser personas y es más fácil pegarles y maltratarles. ¿Les cosemos una estrellita?
Soy una madre indignada porque mis hijos, los rastas, los melendis, todavía con veintitantos años no pueden vivir de manera independiente con un mínimo de dignidad.
Soy una madre indignada cuando observo que los medios de comunicación colaboran con la cosificación de un modelo, el perroflauta, que los convierte en sujetos del odio y de la violencia de las personas de “orden” y sus instrumentos de persuasión.
Soy una madre indignada que igual que sus hijos, los perroflautas, con muchas, miles y miles de personas, cada una con su estética, vamos a estar el domingo 19J en la calle, molestando a todos esos chorizos que intentan terminar con la alegría de vivir y con las esperanzas de un mundo mejor y más justo.
Los y las perroflautas están cargados de valores, de ideas, de ilusiones, de proyectos y sentimientos. Se comprometen y luchan por una sociedad mejor y más justa.
Y además tienen madre.

viernes, 3 de junio de 2011

lunes, 25 de abril de 2011

Encadenando pelis...


Se apeó de Un tranvía llamado deseo para bailar de manera Salvaje, El último tango en París. Con su Rostro Impenetrable y cumpliendo La ley del silencio, se enfrentó a la Jauría humana, gritando. ¡Viva Zapata!

Mientras esto ocurría La condesa de Hong Kong provocó una Rebelión a bordo y tuvo que desembarcar en La isla del doctor Moreau. Los recibió El Padrino, invitándolos a una Queimada y presentándoles a Un par de seductores que habían organizado El baile de los malditos. La fiesta se celebró en la Casa de té de la luna de agosto. Entre los invitados se encontraban Superman, Julio César y Cristobal Colón.

Al despedirse pronunció una única palabra: Sayonara.

viernes, 11 de febrero de 2011

Abecegrama



Atención, buscamos cuentos de enredos fantásticos.
Golosas hadas inventarán juntas kilométricos libros:
llamativos manuscritos, novelas ñoñas
ofrecerán para que riamos sonoramente.
Talentosas urden, versifican walquirias, xilofonistas y zapateras...