viernes, 27 de junio de 2008

El barrio (Capítulo II)

Jonatan, en ese mismo momento, se encuentra en su barrio rompiendo los últimos cristales de un pabellón polideportivo que, a pesar de haber sido construido hace diez años, nunca ha sido abierto para el disfrute de los habitantes de su degradada barriada. Hay que decir que si bien no ha sido usado, sí ha sido inaugurado en los días previos a una de las frecuentes campañas electorales de la época. Hubo discurso del Alcalde “Presunto” (llamado así porque hasta ahora en sus múltiples experiencias judiciales no ha pasado de ahí) y hasta el arcipreste de la localidad distribuyó agua bendita por las instalaciones y ofreció la complicidad divina a los representantes del César inmobiliario. Después de diez años cerrado, se puede decir sin faltar a la verdad que ni dios ha jugado ahí, a pesar de la intermediación de su representante en la ciudad. Pasada la campaña electoral nadie se volvió a acordar del polideportivo. Y es que hay personas y barrios que están olvidados de la mano de Dios e incluso de su arcipreste en la ciudad. Jonatan compite con otros chavales por ser el que más puntería demuestra, con una frenética actividad y celebrando con gritos y saltos sus aciertos. Jonatan insulta y empuja a sus colegas si éstos le discuten su primacía vandálica. Son amigos, pero él quiere dejar bien claro “quién manda” en la banda.
Cerca de allí, a no más de quince metros, un grupo de abuelos observa la escena y no parece importarles mucho lo que estos cachorros hacen. Contemplan el episodio con la naturalidad de lo cotidiano y con la insensibilidad que producen las noticias de los telediarios. Ni un reproche, ni una censura, ni una palabra, ni un gesto reprobatorio. Todo lo más, un comentario al margen para ilustrar el incívico esfuerzo: los chavales de hoy no saben ni tirar piedras.
En la parte trasera del edificio, semiocultos, cinco jóvenes fuman hachís y hablan de los trapicheos de la jornada. Mientras los demás fuman, uno de gafas y ojos extraviados está afanado liando un petardo de considerables dimensiones, el papel de liar Smoking y un paquete de rubio americano al lado de su rodilla izquierda y el mechero clipper al lado de la otra. Está rulando con los dedos la mezcla, tactándola con pericia de experto hasta conseguir la forma deseada. Le inserta la boquilla y de un rápido lengüetazo pega el papel. Lo tantea para terminar de darle forma como un afinador y le hace un moñete final con el papel sobrante. Mientras el de los ojos extraviados termina de hacer el porro, los demás charlan sobre lo buena que está la Jennifer, lo que hace que el manipulador de hachís exhale un exabrupto dirigido contra la tranquilidad de sus progenitoras. Me cago en vuestra puta madre. Lo que levanta grandes risotadas del resto del grupo. A mi hermana la dejáis tranquila, que sea un poco puta ese no es vuestro problema, es pa comer y pagarse sus necesidades. Los demás tranquilizan al Gafas. Tranqui tío, era una broma, y pasa ya ese petardo que me quemao el labio. El gafas pasa el porro con solidaria docilidad y continúan con su cháchara anterior ajenos al entorno.
La luz plomiza de Levante de esta tarde otoñal va siendo lentamente aniquilada por la noche impaciente. El barrio se inunda de oscuridad, apenas alguna bombilla o farola festonean el paisaje crepuscular. Una nueva agitación comienza a suceder entre el contraste de luz que despiden las geometrías de las ventanas y la densa oscuridad del entorno. Cientos de habitantes del barrio, como hormigas programadas, acumulan bolsas de basura, cajas de cartón, restos orgánicos y fluidos corporales entre los contenedores y otros lugares con etiquetas rotuladas que dicen “no arrojar basura”. El barrio se inunda de nuevos olores y algunos individuos rebuscan entre los desperdicios algo de valor para unas vidas sin valor. Las luces de los faros de los coches, con su intermitencia, iluminan de tanto en tanto las calles más transitadas. Jonatan y su banda, el Gafas y sus amigos coinciden en una hamburguesería ambulante que hace negocio en el barrio. Piden, con la soltura que les da la experiencia, su manduca respectiva y se sientan bajo la luz mortecina de la furgoneta. El Gafas se dirige a Jonatan y le propone: Jony, ¿vienes al colegio esta noche?, dice el Chapas que han traído unos ordenadores nuevos... Jonatan sopesa el ofrecimiento del Gafas, pero le dice que no. Venga hombre, no seas cagao si está chupao y podemos sacarnos unos talegos por la cara. Jonatan se reafirma en su negativa. Tengo que irme a casa, esta noche no puedo, otra vez será. Se levanta a medio terminar el bollo de lomo con la coca-cola y arroja el pan al suelo, contra el bordillo de la acera, justo al lado de una papelera huérfana de contenido y deteriorada por el paso del tiempo, la falta de mantenimiento y el maltrato diario. Se aleja con la lata en la mano, bebiendo repetidos sorbos hasta que se cansa y la lanza por encima de una tapia, devolviéndole la noche un ruido encadenado y metálico durante breves segundos seguido de un grito seco: ¡cabrón!. Ni se inmuta, continua andando tranquilo y pensando: Hay que ver como se pone, si sólo ha sido una broma.

Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar


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