viernes, 26 de agosto de 2011

¿Dónde estuvo el error?

Siempre imaginó los nombres de sus hijas. Fantaseaba y pensaba que si tuviera tres hijas se llamarían Raquel, Irene y Esther.

Son esas extrañas intuiciones que se acomodan en el pensamiento y que finalmente se convierten en realidad.

No, seguro, ninguna llevaría su nombre. Jamás le gustó. Tampoco les pondría los nombres de sus hermanas, cuñadas, abuelas o suegra. Ella había elegido un nombre especial para cada una de sus hijas y las tuvo. Tres hijas, tres.

Sus nombres tan cuidadosamente imaginados se extraviaron en un oscuro y extraño laberinto de rencor que construyó implacablemente durante toda su vida.

Su primera hija llevó el nombre de su mejor amiga. Supuso una marca indeleble para toda su vida. Sí, su primera hija llevó el nombre de su mejor amiga. No, no era feo el nombre, pero resultó decididamente inconveniente. Siempre que llamaba a su primera hija, recordaba que era el nombre de la amante de su marido.

Mala suerte.

Cuando nació su segunda hija le rogó a su marido que eligiera cualquiera de los nombres que ella siempre había deseado. Él decidió soprenderla y a su segunda hija le puso su tan odiado nombre.

Decepción.

El nombre de su tercera hija no corrió mejor suerte. Se llamó como su abuela, la madre de su marido.

Rabia.

¿Dónde estuvo el error? Quizás en los nombres, pensó. Pero otras veces se consolaba pensando que eran hijas equivocadas de otra madre que andaba angustiada buscándolas desesperadamente.

Nunca le gustaron los nombres de sus hijas. Sus hijas, tampoco.

Tristeza.

Tristeza para todas, a partes iguales.