miércoles, 2 de julio de 2008

El Isco (Capítulo IV)



Como a menudo, llega tarde y no trae justificante. Tiene que esperar hasta la hora siguiente. Allí se encuentra con Isco, uno del barrio un año mayor que él y que acude sólo de vez en cuando a clase. Se dan la mano realizando un peculiar saludo, cogiéndose del pulgar y moviendo las manos a derecha e izquierda, al tiempo que se intercambian un “que pasa killo”. Jonatan le pregunta que por qué viene al instituto, que hacía tiempo que no lo veía por aquí y que pensaba que se había quitado. Isco le explica que su madre necesita un certificado de asistencia para cobrar el salario social y que no ha tenido más remedio, que vendrá al menos unos cuantos días hasta que le den el papel que su madre precisa y luego dejará de venir. Jonatan le pregunta por sus gallos de pelea, pues Isco es un gran aficionado a estos animales. Éste le explica que está criando unos pollos ingleses muy buenos que ha comprado en Jerez y que le han costado 300 euros. Isco el de los pollos habla con un ligero tartamudeo que dificulta su expresión, pero no manifiesta ningún complejo por ello, demostrando una naturalidad fundamentada en un temperamento impulsivo y en un carácter duro y bronco. De tanta afición a los gallos de pelea ha conseguido parecerse a ellos, tiene el cabello rapado por los lados y el pelo de la parte superior de la cabeza encrestado a fuerza de gomina, su cuello es delgado y largo, de cuerpo menudo y de brazos cortos. Sólo habla de gallos de pelea, de cómo los entrena y cuenta los combates en las que participa directamente con sus gallos o de miranda en galleras clandestinas. Jonatan e Isco quedan por la tarde para que éste le enseñe los pollos que cría y entrena para la pelea. Toca el timbre que marca el paso de las horas y el cambio de asignaturas y profesorado en el instituto. Ya pueden entrar. Lo hacen ambos con las manos en los bolsillos, pues no acostumbran a traer libros ni maleta, como mucho guardan un mínimo lápiz en algún lugar de su vestimenta. Las hojas de papel para escribir ya se las dará alguien, no faltará quién lo haga.
Hoy las clases no son diferentes a las de los otros días. Ha aguantado en clase con dos profesores las dos horas siguientes, hasta el recreo. Este periodo es su preferido del tiempo que pasa en el instituto, por varios motivos: por los bollos de la cafetería, porque está con los colegas y porque se siente libre de la presión de los maestros que, en su opinión, están siempre detrás suyo queriendo que trabaje y que haga lo que ellos quieran. Hoy, después de comerse un bocata de lomo con mayonesa y ketchup y beberse una coca-cola se ha comprado para postre cinco vampiros, un paquete de pistolines y una bolsa de gusanitos y aún le han sobrado unos céntimos de los tres euros diarios que trae para gastar. Ha permanecido la media hora del recreo con su colega Isco, el de los pollos de pelea, en una zona del patio al resguardo de miradas no deseadas, pero que a su vez resulta un buen observatorio desde donde controlar la parte principal del patio. En este lugar hay sembrados varios naranjos agrios dentro de unos arriates circundados por matas de tuya podadas de forma pareja a una altura de poco más de medio metro y que forman un codo con uno de los muros que rodean el centro. Este sitio es el preferido por los alumnos cuando quieren escaparse antes de que finalicen las clases, pues la tapia es más fácil de atacar desde el interior y da a una calleja poco transitada y alejada de miradas indiscretas. A este emplazamiento acuden muy pocos chavales y si algún incauto se pierde por aquí rápidamente aprende que no ha de volver a hacerlo, pues se puede llevar un naranjazo además de una retahíla de insultos, empujones y collejas. El patio de los naranjos es la república independiente de la “mafia”, como les gusta llamarse entre sí a los que lo frecuentan en régimen de casi monopolio. Así que aquí suelen acudir los colegas del barrio, los más peritas, los que constituyen grupos o bandas organizadas a través de una red de relaciones afectivas y de solidaridad interpersonal y que consumen las tardes por la barriada al arbitrio de sus impulsos. Los chicos de esta parte del patio se reconocen por su pinta: pelos coloreados o atigrados, pelados tipo “marine” o cepillo, melena larga o tipo “lolailo” corto por arriba y con mechones largos que nacen en el cogote; las chicas por sus desafiantes colas y moños altos y por sus felpas; y unos y otras por ser portadores de pendientes, piercing e, incluso, algún tatuaje más o menos discreto. Toda esta parafernalia simboliza la libertad de que disponen y que es envidiada por muchos de los otros chicos sometidos a un mayor control de sus padres.
Cuando ha finalizado el recreo, Jonatan e Isco se han quedado en el patio escondidos entre unos macizos de lantana y unos mióporos que hay en otra zona aún más apartada de la vista del profesorado de guardia. Han esperado allí hasta que han salido al patio los de la clase de Educación Física para realizar “deporte libre” y se han escabullido entre ellos hasta llegar a los servicios. Allí se encierran en un retrete e Isco saca un cigarrillo rubio que tiene escondido en el calcetín junto a un mechero clipper. Lo coge entre sus dedos índice y pulgar, lo deposita entre sus labios y le acerca la llama, aspira y deja salir lentamente, con aire experto, el humo por la nariz. Después de dos caladas, le pasa el pitillo a Jonatan que repite la operación y pasa a continuación el cigarro a su compañero. Uno y otro se intercambian el cigarrillo entre sí como buenos colegas. Con los hombros apoyados en la pared y las piernas cruzadas disfrutan de un breve momento de libertad clandestina, como presos privilegiados que consiguen un paréntesis en su condena. Acabado el cigarro, salen del retrete y se entretienen charlando o asustando, según les parezca, a los otros chicos que aparecen con alguna necesidad más o menos urgente por esta zona discreta del instituto. Les insultan llamándolos pringaos o mierdas y les reparten empujones o collejas a discreción. La mayoría de estos chicos agachan la cabeza y se van, incluso sin realizar aquello para lo que iban allí. Antes de perderse en el mundo frío y desvalido de los pasillos les amenazan con pegarles si cuentan algo a los profesores.




Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar

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