lunes, 26 de mayo de 2008

La señorita Martirio y su Academia "Lux"

Mi escuela de primaria estaba situada en una barriada obrera de una gran ciudad. Se llamaba Academia “Lux”. No penséis por su nombre en el lujo de las instalaciones, no. No tenía ni salón de actos, ni gimnasio, ni patio ni nada. Durante el recreo, jugábamos en los soportales del edificio. También allí realizábamos las actividades deportivas que consistían en aquellas invariables tablas de gimnasia sueca: espalda recta, cabeza alta, hombros abajo… piernas abiertas y uno… y… dos… Aunque parezca increíble, esto tenía su atractivo después de varias horas de encierro en pisos minúsculos que hacían las veces de aulas. Dependiendo del curso podía tocarte una clase cuyas ventanas daban a un ojo patio o con suerte la clase que tenía balcón al exterior, un poco más amplia y luminosa. Yo prefería las del ojo patio, pues al mediodía la clase se impregnaba del olor a comida de los pisos colindantes y eso me anunciaba que el suplicio escolar estaba a punto de terminar.
La disposición de las mesas seguía un extraño principio pedagógico que consistía en sentar a los niños y niñas por el orden de su calificaciones. Esto provocaba no pocos llantos y escenas tragicómicas, sobre todo en quien perdía su posición habitual en aquel disparatado ranking. Dada mi inconstante y variable actividad escolar, era de las que me codeaba con los “buenos”, los “regulares” y los “malos”. En fin, tenía un vida social muy agitada. Lo divertido de esta situación era que el espacio y organización de la clase variaba según la materia que se impartiese en relación con las notas obtenidas y continuamente estábamos cambiando de posición y de compañía. Las situaciones que se producían eran kafkianas pues, a veces, sólo estaban ocupadas las cuatro primeras mesas, reservadas para la casta empollona; las mesas centrales se quedaban vacías y el resto nos apilábamos, como sardinas en lata, en las últimas bancas de la clase.
La señorita Martirio era morena, guapetona, quizás no llegara a la treintena. Llevaba el pelo recogido en un cola de caballo tan estirada que le daba a su cara un aspecto oriental. Adornaba su peinado con un lazo de raso combinado con el color de su vestimenta: vestido azul, lazo azul; jersey verde, lazo verde. Llevaba los labios pintados de un intenso rojo carmín. Jamás vestía con pantalones y siempre calzaba unos zapatos de tacón altísimos. Las madres comentaban que era la novia del director y que por eso mandaba tanto y hacía y deshacía como le venía en gana. Al principio, la señorita Martirio era de mis preferidas. Te saludaba por tu nombre y siempre tenía un gesto cariñoso y amable, hasta que un día descubrí su lado oscuro.
Una mañana, aburrida y harta de la soporífera clase de Ciencias Naturales, articulé una excusa para ir al servicio que estaba situado dentro de la clase de la señorita Martirio. Nunca se me olvidará la escena. Hacían un dictado. Ella estaba inclinada sobre un niño que tenía una de sus mejillas hinchada y enrojecida. Intuía que algo extraño ocurría pues no se oía ni una mosca y el resto de los niñas y niños estaban sobrecogidos, inmóviles. Nadie se reía, ni los más chulitos osaban levantar la vista. Parecían estatuas de sal petrificadas. Mientras esperaba para poder entrar en el servicio, puse en marcha una de mis habilidades escolares: me mimeticé con el mobiliario, por si acaso.
No recuerdo las frases o palabras del dictado, sólo oigo su fina y aguda voz y las bofetadas que resonaban en todo el edificio. No entendía nada. El niño que recibía su descontrolado e injusto ataque de ira, no se comportaba de manera distinta a los demás. Se me escapaba algo. De repente, con un movimiento rápido de cuello, más propio de la niña del exorcista que de una paciente maestra, su mirada recayó en mi persona y supongo que por la cara de pánico que debía tener, me explicó lo que ocurría:
- ¡Las palabras deben escribirse de una sola vez! ¡No se debe levantar el lápiz! ¡Y este zoquete no se entera!
¿Las palabras deben escribirse de una sola vez? ¿Sin levantar el lápiz? ¿Todas juntas al pelotón? No entendía nada y mi cara de sorpresa así lo reflejó.
- ¡Otra que no se entera! ¿Cuántas veces he de repetirlo? Si escribimos la palabra "habitantes", no se levanta el lápiz del papel hasta llegar a la “s”. Es después cuando colocamos el punto de la “i” y la raya de la “t”. ¿Lo entiendes? – dijo con su voz chillona.
Entonces, como por arte de magia, se abrió la puerta del servicio y salió una niña también asustada como yo por la situación. Aproveché ese momento para desaparecer rápidamente. Allí estuve un tiempo que me pareció interminable. Acurrucada, con las manos tapándome los oídos, no tenía valor para salir. Y a mí, sí me salvó la campana, por fin, el recreo.
No recuerdo al resto de los maestros o maestras de aquella escuela, sólo a ella. Nunca me dio clase pero forma parte de mis pesadillas escolares más angustiosas. Todavía hoy, cuando me pongo a escribir, me sorprendo siguiendo aquella absurda norma de no levantar el lápiz del papel. Entonces, cojo mi goma Milán y borró lo que he escrito. Empiezo de nuevo. Es mi pequeña venganza contra la señorita Martirio y mi gesto solidario con aquel desvalido niño.

5 comentarios:

  1. Hola!!!!

    Es muy triste no encontrar ha nadie en las webs de antiguos alumnos de la Academia Lux y menos de tu generacíon.

    En buscar en el google, solo encontre este bloc y mira hace gracia Gracias.

    Un saludo a todos que por curiosidad se lea esto.

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  2. Hola Violeta,

    Intuyo que tu Academia Lux, es mi academia Lux de Barcelona. Y supongo que hablas de cuando estabais en los pisos. Yo empecé cuando se inaguró el colegio nuevo.
    Reconozco también el sistema educativo. Muy directo. Aunque también constato que bajaron el nivel en algún momento porque el comentario anónimo anterior de escribir "no encontar ha nadie" con h es para resucitar a la Señorita Martirio y sus expeditivos medios.

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  3. Miss Turpin, felicito la valentia de hacer público un ejemplo de lo que hace tantos años a muchos por desgrácia nos tocó vivir, en una edad en la que la ira y el rencor no deberian de ser tan familiares para un niño.
    Han pasado muchos años y aún y así no logro entender que finalidad habia en:
    Dejarte una tarde entera detras de una puerta del director, "tener permiso para pegarte", humillarte, en fin destrozarte la vida antes de que tu sepas ni siquieras quien eres.
    Yo si que he encontrado a los antiguos miembros de "mi" clase en facebook, ( generacion 73 ), pero ya no me interesa, demasiados malos recuerdos.
    Un saludo muy fuerte, espero animarme un dia y sacar lo que llevo dentro en forma de blog o como sea.
    Grácias.

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  4. Hola me llamo Nicolás, yo fui alumno de esa academia, “la Academia Lux”, estuve allí desde los 11 a lo14 años, 1966 a 1969, fue horrible, fui torturado y maltratado a diario por el director "El Señor Gonzales", me golpeaba a diario , verdaderas palizas, hasta el día en que se le fue la mano y me dejo semi-inconsciente y con la cabeza y el cuerpo lleno de hematomas por las patadas, después de las quejas de mi familia , no me pegaba, me torturaba físicamente pero de manera que no dejaba marcas, no dejaba señales. Fueron los años mas negros de mi vida y jamás los he podido superar psicológicamente y tengo ya sesenta años.

    Solo lamento que esta persona halla quedado impune delante de tanta atrocidad, me consta que no soy su única victima, marcó la vida de muchos niños, porque recordemos que estamos hablando de niños y niñas que quedamos marcados por aquel trato brutal e inhumano.

    Si, demasiados malos recuerdos, no superados, después de sesenta años.

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    1. Me ha impresionado tu comentario. Aquella experiencia fue ínfame. Solo puedo darte mi afecto y apoyo moral y animarte a que escribas sobre ello. Escribir, a veces, nos sirve para exortizar nuestros demonios. Un abrazo.

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