viernes, 3 de diciembre de 2010

FOTOS


I


Entonces reconocí la mirada de la fotografía. Pero ¿cómo era posible? Amplié la imagen hasta que sus ojos quedaron enmarcados. Era la mirada abismal, imantada, que me desajustó desde el primer día que lo vi. Siempre había estado allí, ¿cómo no me di cuenta?
No sé qué me llevó a bajar las escaleras precipitadamente, entrar en el garaje y rebuscar entre las bolsas de plástico donde, de manera desordenada, guardaba mis fotos. Enseguida comprendí que entre aquel maremágnum de muebles viejos, pantallas de ordenador obsoletas, sillas de playa y toda clase de artilugios desechables era imposible hacer nada. Mi búsqueda necesitaba organización y sistemática. La impaciencia me llevó a subir cargada con más bolsas de las que podía llevar. Tropecé con todo lo que iba encontrando a mi paso. Las bolsas se rompieron y un reguero de fotos alfombró las escaleras. Cerré los ojos y suspiré profundamente.
No recuerdo cuántos días pasé sin salir de aquella habitación, sin apenas comer y desoyendo las llamadas a mi móvil.
Por fin logré ordenar, como en una secuencia cinematográfica, las instantáneas de mi vida. Él aparecía de manera tozuda y persistente. ¿Qué significaba todo aquello?



II


Recordé la primera vez que cruzamos nuestras miradas. Yo, como todas las mañanas cumplía la tarea diaria de ir a la panadería del barrio a comprar el desayuno: croissant para mi hermana Loto, ensaimada para mi hermana Gardenia, una trenza de hojaldre para mí…
Por la mañana temprano, siempre me cruzaba con las mismas personas. Mi vecina Lourdes que también iba a por el pan, los trabajadores de los talleres del barrio que se dirigían al bar de la esquina a tomarse su café acompañado de un sol y sombra. Pero un buen día apareció él o siempre había estado allí y simplemente no me había dado cuenta.
No era ni alto ni bajo, ni especialmente guapo, pero vi algo en sus ojos que me paralizó. No puedo decir que me gustara, pero su mirada me inquietó.
También coincidíamos, alrededor de las cuatro de la tarde, en la parada del autobús que me llevaba al instituto. Yo disimulaba y cuando creía que él no me miraba, aprovechaba para espiarlo. No diré que me obsesionara pero la curiosidad me llevó un día a no bajarme del autobús y seguir dos paradas más allá para ver a donde iba. Decisión absurda que me costó casi tres cuartos de hora de caminata hasta llegar a mi destino y problemas por llegar tarde a la clase matemáticas.
Un buen día dejamos de encontrarnos y olvidé el tema. Sin embargo, de vez en cuando, nos volvimos a ver de manera casual e inesperada en distintos lugares de la ciudad. Era un asunto extraño, de repente después de algunos meses o años, allí estaba otra vez, en la puerta de un cine, en la entrada a un concierto… Nunca supe su nombre y jamás cruzamos una sola palabra.



III



Me desperté con un horrible dolor de cabeza y con un zumbido insoportable en mis oídos. Era el timbre que no dejaba de sonar. María cuando se lo proponía podía ser muy persistente. Abrí la puerta y no mostré mi mejor cara.
- Pero, tía… que te ha...
María se quedó paralizada al ver el desorden del salón. Con su obsesiva disposición al orden y a la limpieza, abrió las ventanas, recogió algunos platos con restos de comida que ya olían, tiró las decenas de colillas de ceniceros y vasos. Todo esto lo realizó en el más respetuoso de los silencios. Hacía años que éramos amigas y sabía que mejor era estar callada y esperar a que mi expresión mejorara. El olor a café me devolvió a la vida.
María estaba alucinada. Miraba y miraba las fotos pegadas con chinchetas en las paredes, en los sofás, esparcidas en el suelo. Me miró arqueando sus finas cejas…
- Ahora te lo explico, deja que me tome el café…
- ¿Te ha dado un ataque de nostalgia o qué?
Antes de que pudiera contestarle, me entregó un gran sobre en el que no había ni dirección ni remite ni siquiera estaba franqueado.
- Lo he encontrado en el suelo, delante de tu puerta. ¡Qué emoción! ¡Ábrelo, tía!
Creo que me puse tan pálida que María se asustó. Presentí que algo no iba bien. Le pedí por favor que no abriera el sobre, que igual no era para mí, que sería para un vecino, pero de nada sirvió. Decenas de fotografías quedaron esparcidas sobre la mesa. Y allí estaba yo en todas y cada una de ellas.
- Pero ¿quién es este tío? Oye, no está nada mal. ¿Y tú? ¿Y tú qué haces en todas las fotos? Oye... de este tío no me habías contado nada. ¡Qué calladíto te lo tenías!
- ¡Cállate, por favor!
Tiré de su brazo con violencia y la obligué a mirar mis fotos. Pero… no era posible. ..
Él había desaparecido.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Un domingo cualquiera

Aquella tarde Elena salió a pasear. Pensó, quizás, que la enredadera de soledad que la ahogaba y casi le impedía respirar, cedería y el viento arrastraría sus tristes pensamientos.

No era nuevo, desde niña, esa sensación la había perseguido. Recordó tardes solitarias en las que deambulaba, sin sentido, por animadas calles que amortiguaban su gris melancolía. A veces, se sentaba en un banco, con un libro en las manos que no leía. Disimulaba y observaba a la gente que pasaba, imaginando una vida que ella inventaba. Así pasaba las tardes de algunos domingos, entreteniendo a la soledad.

Un golpe de viento la situó en el presente. Había anochecido. Estaba sentada en un banco, con un libro en las manos que no leía, inventando vidas ajenas. Elena respiró profundamente, se levantó y sonrió. Había resuelto una tarde más de un domingo cualquiera.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Deseos en época de crisis

Si las tarjetas de crédito concedieran deseos como el genio de la lámpara maravillosa...



sábado, 19 de junio de 2010

Sirenas Inmortales escriben sus trepidantes aventuras

Entre tanta información sobre políticos corruptos, crisis económica y número de goles por segundo, el titular despertó mi curiosidad: “Sirenas Inmortales Escriben Sus Trepidantes Aventuras”
Un numeroso grupo de sirenas se había constituido como grupo editorial. “El Salero” era el nombre elegido por este colectivo que proyectaba, entre otras publicaciones, editar una colección de relatos de aventuras protagonizadas por sirenas. El objetivo de esta colección era terminar definitivamente con los mitos, que a lo largo de la historia, han contribuido a tener una idea absurda y equivocada sobre el comportamiento y la vida de estos seres marinos. Además, su deseo, como expresó su portavoz Merceida Calamara, era desmitificar a los célebres héroes de las grandes epopeyas y a los caprichosos y tiránicos dioses del Olimpo.
La noticia me resultó muy llamativa pero escueta, así que busqué información en la red sobre este colectivo. Tenían una página web muy completa, con variadas y distintas secciones. Me llamó la atención una en particular, “Héroes y dioses de pacotilla”. Desplegué el menú y allí estaban todos los personajes de las antiguas y modernas epopeyas. Al azar, pinché en “Ulises, el chirivaina”, “Poseidón, el colérico”, etc. Era tanta la información que allí se mostraba que decidí empezar por el principio y resolví volver a la página de Inicio y leer la introducción donde se explicaba la verdadera naturaleza de las sirenas:

“Las sirenas somos seres que habitamos en espacios diferentes, dependiendo de nuestras necesidades o nuestros deseos. En esto no nos diferenciamos del resto de criaturas de este universo. Una de nuestras características fundamentales es que nos adaptamos a cualquier situación y medio natural. Desde tiempos inmemoriales ha sido así. En la antigüedad, poseíamos alas que nos permitían volar y desplazarnos con mayor rapidez. Sobre esta cuestión estamos un poco decepcionadas con Darwin, ya que en sus investigaciones sobre la evolución de las especies no nos dedicó ni un solo capítulo. Y aunque él nunca lo supo, convencimos a numerosas especies marinas para que se dejaran capturar para así colaborar en su interesante investigación. Ya se sabe, la vida es muy ingrata. En fin, que con el paso de los siglos, perdimos nuestras preciadas alas, aunque desarrollamos una aleta considerable que nos da agilidad y velocidad en el medio marino. El inconveniente son sus escamas, ya que igual que les ocurre a los humanos con la caspa, la descamación es un problema estético que no hay champú ni crema milagrosa que lo solucione, digan lo que digan los spots publicitarios.

Mucho se ha dicho sobre nuestra afición al canto. Esto es muy relativo, ya que en todo colectivo hay individuos que tienen unas capacidades innatas para cantar y otros que tienen un oído en Ítaca y el otro en Creta. Es decir, unas cantan divinamente, teniendo una fuerte y preocupante adicción a los karaokes, y las otras te tirarías al mar directamente, caso de algunos navegantes que prefirieron ahogarse antes que seguir escuchando los cantos insoportables de algunas sirenas, no precisamente dotadas para ello.

Somos esencialmente criaturas curiosas, sociables y cordiales. Nos agrada una buena conversación y nos gusta participar en cualquier evento cultural sea terrestre o marino. Además nos caracterizamos por ser emprendedoras, ahora que esta historia está tan de moda, nosotras siempre hemos puesto en marcha distintas y variadas empresas. Nuestras actividades empresariales siempre han estado relacionadas con los deportes acuáticos. El capital inicial, que siempre es necesario para poner en marcha cualquier proyecto, lo tenemos al alcance de nuestra mano. Los sucesivos naufragios a lo largo de los siglos, han capitalizado todas nuestras empresas, ya que los tesoros sumergidos en el mar, hasta hace poco, estaban totalmente a nuestra disposición. Actualmente, con esas extrañas leyes que se sacan de la manga los humanos sobre explotación marina, aguas internacionales, propiedad de los tesoros sumergidos en el mar…, tenemos alguna que otra dificultad. Sin embargo, con nuestra innata capacidad organizativa, solucionamos con eficacia este tipo de problemas. También tenemos que reconocer que la rapidez en estos casos es esencial. En el momento que se produce un naufragio, el centro de comunicaciones más cercano al mismo, informa a los distintos grupos de intervención directa para que actúen con diligencia. Nuestra prioridad, en estos casos, es salvar a los humanos que se encuentren situación de peligro y después nos ocupamos de los bienes que se pueden recuperar. No somos avariciosas y sólo incautamos lo necesario para poder vivir con dignidad.

Sobre nuestro aspecto físico, nos indigna especialmente esa absurda definición que hacen los humanos sobre nosotras: “Ninfa marina con busto de mujer y cuerpo de ave, que extraviaba a los navegantes atrayéndolos con la dulzura de su canto. Algunos artistas la representan con torso de mujer y parte inferior de pez”. Que absurda manía tiene la especie humana. Todo debe ser calificable y sobre todo definible, por supuesto a su imagen y semejanza. Hasta tienen una especie de manual indiscutible donde guardan como un tesoro, el significado de todas las palabras. No están abiertos a la divergencia que provocan diferentes contextos y situaciones en las que es necesario inventar nuevos términos o cambiar su significado ancestral. Si no lean la definición que hacen sobre el canto de las sirenas: “Discurso elaborado con palabras agradables y convincentes, pero que esconden alguna seducción o engaño”. Lo diferente les asusta y desconfían de aquello que no tiene una explicación científica o…”

La curiosidad hizo que pinchará sobre el enlace el canto de las sirenas. De repente, un agudo sonido maltrató mis oídos… Me había quedado dormida y la sirena del colegio del otro lado de la calle me despertó sobresaltada. Me incorporé soñolienta y recogí las hojas del periódico que leía antes de adormilarme. Fijé mi vista en un titular que me hizo sonreír:

“Secretas inmobiliarias exhiben sus truculentas fortunas”

Contra la impunidad



"Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia" (José Saramago, 2005)

lunes, 10 de mayo de 2010

El mar

Rompe recuerdos retenidos con rencor,
mece nuestra memoria con misivas melancólicas.
Pinta piruetas en plenilunio para piratas perdidos
y les promete perlas perfumadas de sal.
Maquilla nuestras mejillas con color de aguamarina,
recitándonos rumores y risas coralinas.
Neptuno nos susurra en secreto que en su morada,
podemos soñar sin prisas ni pretextos.

jueves, 15 de abril de 2010

Para Concha (In memoriam)


Sólo hace pocas horas que tú no estás y te echo de menos, Concha. No quiero que se me olvide nada. Tu figura firme, rotunda, acogedora, sensual...
Recuerdo que antes de ser amigas, ya nos conocíamos de alguna reunión, alguna jornada... pero reconozco que me gustaste desde que te vi. Desprendías honradez, claridad, eficiencia. Por eso cuando Rafael me preguntó si conocía a alguien que estuviera interesado en una liberación sindical, pensé automáticamente en ti. No sólo no me equivoqué en lo profesional sino que descubrí a una persona sensible y bella.
Tu apariencia podía despistar, en principio, a los que no te conocían en profundidad. La verdad, yo misma, me ponía a temblar cuando enarcabas sutilmente las cejas y decías:
- Mira, te lo voy a explicar...
Me gustaba tu socarronería, tu humor inteligente y mordaz, el mimo exquisito, el cariño y el amor que desprendías cuando estabas junto a tu Manuel, cuando hablabas de tu familia, tus hermanos, tus sobrinos, tus amigos del alma.
Hoy parece que sólo me acuerdo de tonterías, de detalles sin importancia: tus brujitas, lo que te gustaban las cajas, el cava, el ducados que me pedías cuando nos encontrábamos..., las copitas, las risas, y esa solidaridad femenina que establecimos durante nuestra aventura sindical, de lo que te gustaban los hoteles, el teatro, escribir, escribir...Conservo todavía la historia del piano... Mi madre era una mujer inteligente... Todavía es un relato que está presente en mis clases...
Curiosamente, nunca nos dijimos cara a cara el afecto que nos teníamos, pero lo expresábamos por escrito, quizás por pudor: los mensajes en Año Nuevo, los cumpleaños... El juego que teníamos: tú siempre atenta y puntual, sólo hace dos semanas que me felicitaste; yo, como siempre, desastrosa, te felicitaba con atraso o adelanto, como tu decías, no tengo arreglo, pero nos reíamos...
No quiero que se me olviden tus ojos grandes, siempre atentos a todo lo que te rodeaba.
Sé que he perdido a una persona que me cuidaba. Porque sí, nos cuidabas a todos.
Hoy estoy triste, muy triste.
Rita

domingo, 7 de marzo de 2010

Jugamos con el diccionario

Las profesoras de lengua siempre buscan como amargarle la vida a una. Esas propuestas “tan creativas” “tan originales”… Ahora, a mi querida profesora se le ha ocurrido no se qué absurdo ejercicio para que nos familiaricemos con el diccionario, como si no tuviéramos cada una nuestra propia familia.
Bueno, sigo las instrucciones del ejercicio: que abra una página cualquiera. Ya. Que elija cuatro o cinco palabras. Estoy en ello… Por fin me decido: neceser, nécora, necrófago, nectarina, negar. Sigo con las instrucciones, ¿qué ahora tengo que escribir una historia?... Esto es increíble… Definitivamente se le ha ido la olla.
Esta historia se desarrolla entre las páginas 2040-2041 de un tomo-tocho que tengo en casa. Resulta que me encuentro con una nécora muy asustada, pues la persigue un necrófago, psicópata que se alimenta, según el diccionario, de cadáveres. Por mucho que le explica la nécora al necrófago que está viva, él está muy necesitado, ya que con la crisis la gente no quiere morirse por no hacer gastos innecesarios a las familias. Continúo página abajo, y ahí una hermosa y sensual nectarina, neceser en mano, se niega a deshacerse de sus cremas y perfumes, digan lo que digan las nuevas normas de los aeropuertos… Finalmente, le arrebatan su preciado neceser y llora desconsoladamente. El necrófago, sensibilizado con los más desfavorecidos, la consuela. Ella, entre sollozos y sorbiéndose los mocos le dice:
- ¡Antes muerta que viajar en avión!
- Ahí le doy toda la razón.

El maniquí


Nunca me habían gustado los maniquís, tan inexpresivos, tan ausentes. Sin embargo, todas las mañanas me paraba delante de ese escaparate como arrastrada por una extraña fuerza que me atraía y me obligaba a mirar a hurtadillas, la figura altiva e inmóvil del maniquí. De los escaparates, más que los artículos que en ellos se exponían, siempre me había gustado ver mi figura reflejada en los cristales. En casa no tenía espejos de cuerpo entero, así que aprovechaba mis paseos por las tiendas para poder mirar el aspecto que llevaba.
Desde hacía algún tiempo, la figura del maniquí me obsesionaba, creía que había algo en él que lo hacía diferente a los demás. Me puse manos a la obra. Saqué la vieja cámara de fotos y fotografié decenas y decenas de maniquíes. Tuve que dejar pronto esta repentina afición, pues resultaba muy difícil encontrar carretes para mi antigua y obsoleta cámara.
Decidí revelar los carretes en casa, pues tenía un pequeño cuarto donde todavía conservaba una ampliadora de las de antes y algunos botes de líquidos propios para la ocasión. Imaginé, por un momento la cara de Manolo, el de la tienda de fotos, pensaría que se me había ido la pinza… fotos de maniquíes.
Después de intensas horas de revelado, nada. Todos eran iguales, los mismos rasgos, la misma mirada perdida, la palidez de su cara, nada de nada. Opté por olvidarme del tema y cambiar mi ruta de paseo.
Meses después, recibí una llamada de mi amiga Lucía. Estaba en Madrid, de turismo urbanita. Quedamos para tomar café. Lucía estaba como siempre, dicharachera, habladora pero algo en sus gestos y en su mirada me hizo dudar de su buen ánimo. Cómo nos conocíamos desde hacía muchos años y habíamos compartido siempre casi todo lo que nos pasaba, le pregunté directamente.
- Lucía, estás rara. ¿Algo que contar?
- Violeta, pensarás que estoy loca.
- Bueno, eso no es nada nuevo…
- Que no, Violeta, que me están pasando cosas extrañas. No te rías, estoy obsesionada con un maniquí, tanto que creo verlo en todas partes. Ahora mismo, está aquí. Nos separan dos mesas. Mira con disimulo, por favor- susurró Lucía.
Me quedé petrificada. Era él.