domingo, 27 de julio de 2008

Los pollos (Capítulo VIII)

Jonatan e Isco están en la casa de éste último, en el patio, donde éste tiene unos jaulones en los que cría a los pollos que serán futuros gallos de pelea después de casi un año de cría. Isco le explica que tiene que ponerlos separados ya que si los deja juntos se pelean entre sí, pues son animales muy fieros y pueden llegar a matarse. A Jonatan le gusta uno que le parece muy bonito con la cresta corta, el pecho ancho y recubierto de plumas de color naranja, el cuerpo con plumas de varios tonos de marrón y blancas, y una cola abanicada negra y erguida.
- Que pinta de chulo tiene este, le comenta a Isco.
- A este le llamo Pokemon, es de raza inglesa y es el mejor que tengo. Me costó 75 euros cuando tenía 5 meses y tuve que ir a Jerez por él. Me llevó un amigo. No veas que guai, killo.
- ¿Y qué les das para comer?
- Les doy trigo, maíz, fruta, yogur, lechuga y, dos veces a la semana, carne y pescado triturado.
- No veas, killo, comen de lujo. ¿Y los entrenas?
- Pues claro, los saco cada día y los pongo a correr para endurecer sus patas, los hago volar para que cojan fuerza en las alas y les doy friegas con alcohol en los muslos. También los arrojo hacia atrás para que aprendan a caer.
- ¿Y los llevas a luchar?
- Claro, killo, para eso los crío, pero tienen que tener una edad y un peso para luchar.
- ¿Y las peleas dónde son?
- Las peleas son en el terreno del Palomo y se juntan muchas personas. Vale cinco euros la entrada. Cuenta Isco, experto en pollos de pelea y en sus intríngulis. El reñidero, es un círculo grande con esterillas separado de las gradas por una batayola de madera. Cada pelea dura media hora. Hay apuestas entre la gente y algunos se juegan mucho dinero, Isco ha visto apuestas de hasta tres mil euros, aunque lo normal es que se apueste entre 20 y 100 euros.
- Entre nosotros, los chavales, echamos también peleas en el patio trasero del colegio abandonado. El año pasado me mataron un gallo muy bueno, iba ganando la pelea, ya tenía al otro picoteado y prácticamente vencido, pero el otro se repuso y en un salto le clavó el espolón en el ojo a mi gallo y lo dejó listo. No veas la sangre que echaba.
Estuvieron la mayor parte de la tarde con los gallos, Isco introdujo a Jonatan en este mundo clandestino, las peleas están prohibidas, pero que como otros muchas actividades del barrio se desarrollaban de forma habitual como un mundo dentro de otro mundo, una especie de Parque Jurásico marginal y algo más salvaje.




Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar

martes, 8 de julio de 2008

Julia (Capítulo VII)

Jonatan ha quedado con Isco para ir a ver sus pollos de pelea. Pasan por la acera de enfrente del Centro de Salud y desde allí observan como en la entrada de los aparcamientos la madre de Jonatan, Julita, está hablando con el “Trompa”, un colgao del barrio con “mala pinta”. Parece que disputan por algo que ella guarda con diligencia en el bolso para que el otro no se lo arrebate. El Trompa se abalanza sobre Julita y le agarra el bolso mientras ella tira fuerte de éste para evitarlo. El colgao le levanta la mano, amenazante, y en ese momento Jonatan corre hacia ellos gritándole al Trompa que lo va a matar. Lo empuja con todas sus fuerzas, lo derriba y, una vez en el suelo, le despacha varias patadas en el cuerpo que lo hacen gemir.
- ¿Qué pasa, tío?, dice arrastrando la ese con exageración. Tranqui, tronco, que no pasaba na. Que te lo diga ésta. Se defiende mientras engurruñe su cuerpo en el suelo flexionando manos y pies en actitud defensiva.
- Te voy a matar, cabrón, como vuelvas a tocar a mi madre. Le dice Jonatan mirándole fijamente con la lengua apretada contra los dientes y jadeando por el esfuerzo, manteniendo la pierna derecha alzada para endosarle otro puntapié.
- Que no tío, que te equivocas. Que no es lo que parecía. Díselo tú Julita, que somos colegas, joder. Que no te quería quitar el bolso, sólo era para que me dieras la mitad de las pastillas como acordamos entre nosotros. Díselo al niñato éste para que me deje tranquilo y no me pegue más.
Jonatan deja caer el pie sobre el muslo derecho del Trompa y éste se queja por el nuevo golpe. Julita, se pone entre ambos y aplaca a su hijo. Jonatan la mira y le aumenta la rabia al verla como va, pues piensa que va pintada y vestida como una puta. Los ojos de Julita están torpe y burdamente pintados de negro, la boca carmín, las mejillas exageradas de colorete, el pelo teñido de rubio platino recogido en un moño alto, un breve y estrecho top negro le cubre los desmadejados pechos dejando a la vista la carne blanca y algo fofa que rodea la cicatriz del ombligo, una chaquetita corta y un pantalón vaquero muy ceñidos completan su indumentaria.
- Déjalo, Jonatan, por lo que más quieras. No es lo que piensas. No te metas en mis cosas.
- ¿Qué no me meta en tus cosas? Pero si te estaba pegando... Contesta iracundo.
- No ha sido así. Ha sido un malentendido. Tenemos negocios a medias y a veces discutimos, pero no pasa de ahí. Tranquilízate, cariño. Le dice Julita endulzando el tono.
- Esta vez se quedará así, pero te juro que si tocas a mi madre te parto la cabeza y no lo cuentas, comemierdas. Le dice al Trompa mientras lo amenaza con el dedo índice de su mano derecha. ¿Entendido?
- Vale-, contesta éste al tiempo que se levanta del suelo y se tienta el cuerpo doliéndose de las patadas que ha recibido.
Jonatan se agacha para recoger una cajita blanca que contiene un bote de trankimazín. Con la mirada interroga a su madre.
- He ido al médico para que me recete estas pastillas que me van muy bien cuando me encuentro decaída y sin fuerzas para levantarme. Se justifica Julita ante Jonatan.
- ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué no sé para que sirven?
- Jonatan, yo no me meto en tu vida, así que tú no tienes por qué meterte en la mía. Déjame tranquila y vete ya. Le dice muy seria y con gesto hostil.
Jonatan da media vuelta y se va con el Isco por donde había venido. Le duele que su madre lleve esa vida que le golpea en el fondo de su corazón. Aunque joven, ya tiene experiencia en el mundo de las drogas, como consumidor no ha pasado de algún que otro porro y pelotazos de alcohol sobre todo cuando sale con su banda los fines de semana. Sin embargo, en el barrio se consume de todo y hay que ser ciego para no saber de las mierdas que circulan por aquí. Jonatan no es tonto y sabe cómo se utiliza el trankimazín, el rohypnol o el rubifén y los efectos que producen.
Julita, después de consumir muchas sustancias, prefiere el rubifén, especialmente desde que ha encontrado una farmacia en la que no le ponen problemas para adquirirlo. Acostumbra a tomar entre cincuenta y sesenta miligramos diarios, se lo traga preferentemente, aunque a veces también lo esnifa. Prefiere las anfetaminas porque son legales y cuando trapichea pierde el miedo a que la pasma la detenga. Además son más baratas que otras drogas, sobre todo con receta, una caja de rubifén de 30 pastillas sale por menos de diez euros y la sustancia no está cortada con porquería como la cocaína. Julita ha llegado a economizar su uso potenciando su efecto con la cafeína, así se toma primero un café bien cargado y, después de un rato, se toma una pastilla de diez miligramos o la mitad, depende de como tenga el día. Esto le ayuda a ver la vida con mejores ojos, a sentirse más a gusto y a encontrar el ánimo que necesita para tirar hacia adelante. La verdad es que su vida no ha sido, ni es, fácil. Su matrimonio fue un infierno, sufrió los malos tratos de su marido desde que eran novios, pues antes de casarse ya él le impedía a ella que se pusiera la ropa que deseaba y cuando la dejaba en el domicilio de sus padres, él volvía a salir con sus amigachos de juerga. Tras la boda, empezaron los insultos y, poco más tarde, los primeros golpes, incluso mientras estuvo embarazada de Jonatan. Cuando éste nació, poco antes de cumplir años, los abandonó a los dos. Se fue con otra y, desde entonces, no se ha vuelto a ocupar de ella ni del niño. Julita ha tenido otras parejas, pero la historia de su matrimonio se repetía, ha llegado a pensar si es ella la que tiene un bajío y no está hecha para vivir con un hombre.
Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar

domingo, 6 de julio de 2008

Una vida difícil (Capítulo VI)




“Ya son sesenta y dos las mujeres asesinadas en lo que va de año a manos de sus parejas”, la voz del locutor del telediario amplia el titular de la noticia mientras aparecen imágenes de un charco de sangre en la puerta de un bloque de pisos, unos vecinos que comentan brevemente el trágico suceso para las cámaras de televisión y el ataúd de la asesinada en el momento en que es introducido en el furgón mortuorio. Durante ese minuto, el tenedor con un trozo de chuleta de cerdo y patatas se le ha quedado a Jonatan suspendido en el aire sin llegar a su destino. Al finalizar la noticia, ha continuado engullendo la comida sin emoción, mecánicamente, y con la velocidad de un destajista. Está sólo en el pequeño salón-comedor, sentado en una mesa con un hule de plástico con dibujos de frutas, una lata de cola, sin vaso, y un plato llano que contiene la carne con patatas que come un día sí y otro también. Sobre la mesa, reposa con desaliño un paño de cocina de color oscuro, igual que los pensamientos que de manera oportunista están pasando por su mente a gran rapidez, como en una película de cine mudo. “Algo le habrá hecho al marido..., todas las mujeres son unas putas..., yo no me voy a casar nunca, pero me follaré a todas las que pille...”. Acaba su comida coincidiendo con la salida de su abuela de la pequeña cocina recién recogida.

- Tomate una fruta Jony, hay unas naranjas muy buenas del Tesorillo.
- Déjame abuela, no quiero postre. Me voy a ir que he quedado con mis amigos. ¿Y mi madre, donde está?
- Ha ido al médico para que le recete unas medicinas.
- ¿Cuándo volverá?
- No lo sé, pronto, no creo que tarde mucho.
- Bueno, me voy.

Jonatan abre la puerta y sale, mientras la abuela recoge con parsimonia el plato que ha dejado abandonado con los restos generosos de dos chuletas y de aceite, testigo mudo de la existencia de la ración de patatas fritas que tanto le gustan a su nieto, los útiles y la lata de cola. No dice nada, aunque le gustaría que Jonatan estuviese más tiempo en la casa. Tiene la certeza de que en la calle no aprenderá cosas buenas y sabe que en este barrio, como ella acostumbra a decir, “hay mucha maldad”. No obstante, Carmen es una mujer cansada que ha asumido con resignación su papel de perdedora en esta vida. La muerte de su hijo pequeño y “el problema” de Julita, la madre de Jonatan, la han sumido en una cruel derrota de la que es incapaz de sobreponerse. Por eso, las circunstancias de Jonatan la dejan ya indiferente y sólo fía al azar su imprevisible futuro. Es un fantasma cansado que ahorra las escasas fuerzas que le restan para luchar por su hija y para no repetir la terrible experiencia padecida con su hijo pequeño. Piensa que no podría llegar ahí, se dejaría morir antes. A veces, recuerda sus momentos de juventud, mientras aparenta estar viendo la novela o “el tomate”: Recién llegada del pueblo con sus padres, tenía doce añitos; los primeros tiempos los pasó de criada, limpiando miserias ajenas, con las manos rojas de restregar el trapo de fregar y de lavar las ropas de unos y de otros. Sin embargo, este pueblo en aquellos años tenía una gran vitalidad gracias a Gibraltar. Había más cabarés, teatros y cines que en muchas capitales de provincia. Ella no sabía esto porque hubiera viajado, simplemente lo oía decir a los amigos de su novio, después el “descansao” de su marido, que Dios lo tenga en su santa gloria. Manuel, que así se llamaba, no era mala persona, nunca le pegó ni le levantó la voz, pero no era un hombre resuelto que se desviviera por buscar las habichuelas para su casa. No. Trabajaba aquí y allá, en lo que le salía y nunca juntaba un duro. No fue capaz de meterse a trabajar en la colonia, con el buen dinero que se ganaba entonces allí y con el trapicheo proveniente de las cuatro cosas que se sacaban como se podía. No pudimos salir de las dos habitaciones del patio de vecinos en las que vivimos los cinco hasta que nos dieron este piso de Las Palomeras. Y eso que se nos caía el techo encima, yo tenía miedo por mis hijos. Si es por mí, que se hubiese caído, sufrimiento que me habría ahorrado. Y si es por él, igual, total para lo que me sirvió, para hacerme tres barrigas y dejarme cuando más lo necesitaba. A ver, que venga Dios y me diga si no tengo razón. Y venir aquí fue como llegar al infierno. En los años ochenta esto era un hervidero de droga, casi igual que ahora, pero mucho más descarao. Sólo que antes dominaba la heroína, el caballo como le decían, y esa droga mató a mi hijo. Le quitó la voluntad y el cariño por la familia. Un día vendió hasta el televisor para chutarse. Hay que ver lo que pasé. No sé como Dios me dio fuerzas para resistir. Y al final, cogió el SIDA y se me quedó chupao, como un cadáver andante. Menos mal que se murió, que Dios me perdone, pero fue lo mejor para todos. A menudo, como una tortura, estos y otros pensamientos persiguen a Carmen por la casa. La televisión es lo único que la distrae, menos cuando sus ojos se quedan fijos en un punto y en su cabeza se arremolinan todos sus fantasmas que parecen que estén deseosos de salir e invadir su mente. En ocasiones no sabe si está viva o muerta y llega a creer que han venido a buscarla para dejar esta vida que tan adversa le ha sido a ella y a los suyos. Por eso cree en Dios y lo tiene tan presente en sus pensamientos, como una hipoteca que le garantizará la felicidad que no ha conseguido en esta vida.

Relato corto: El sol negro

Escrito por Martín Almodóvar

viernes, 4 de julio de 2008

Una fama bien ganada (Capítulo V)



Al final de la mañana se encuentra, como ayer, en la Jefatura de Estudios delante de María. Jonatan jura “por su hermano chico” que no ha hecho nada, que la tienen tomada con él, pide que le lleven allí a quién se ha chivado para que lo acuse delante de él: No he sido yo quién le he robado el anillo a ese niño. Que me lo diga a mí a la cara -protesta de forma airada cuando María le informa de lo que se le acusa. Ésta le pide que le dé el nombre del chico que lo acompañaba, ya que el estudiante de primero al que le han robado el anillo no lo ha reconocido. Le dice que sabe que ha hecho rabona de la clase de Inglés y que estaba con otro escaqueado en los servicios de niños cuando ha ocurrido el incidente. Jonatan acaba reconociendo que estaba escondido en los servicios y que había otro chaval allí con él, pero niega que él haya sido el que le ha quitado el anillo al niño de primero y que no dirá el nombre del otro porque él no es un chivato. Aprieta los labios y los dientes para evitar que las palabras que María desea escuchar puedan salir por inercia de su boca, frunce el entrecejo como un inocente ofendido y entrecruza los brazos enrocado en su posición frente a las palabras de María. Ésta lo amenaza con llamar a su madre y con reunir a la Comisión de Convivencia del instituto que sólo se reúne para los casos más graves y que es como un tribunal en el que están representados los padres, los alumnos y los profesores. De repente, el gesto hosco y ofendido que hace unos minutos dominaba la cara de Jonatan se transforma en una expresión apenada, sembrada de mohines y pucheros. Es otra persona diferente. María vuelve a sentirse conmovida por las expresiones y palabras de Jonatan cuando le pide que no hable con su madre porque está ingresada en el hospital y se llevará un gran disgusto. Jura y promete, como otras veces, que es inocente y que va a pagar por algo que él no ha hecho. Le reprocha que como tiene la fama ganada cualquier cosa que ocurra se la adjudican a él “por la cara”.
Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Amodóvar

miércoles, 2 de julio de 2008

El Isco (Capítulo IV)



Como a menudo, llega tarde y no trae justificante. Tiene que esperar hasta la hora siguiente. Allí se encuentra con Isco, uno del barrio un año mayor que él y que acude sólo de vez en cuando a clase. Se dan la mano realizando un peculiar saludo, cogiéndose del pulgar y moviendo las manos a derecha e izquierda, al tiempo que se intercambian un “que pasa killo”. Jonatan le pregunta que por qué viene al instituto, que hacía tiempo que no lo veía por aquí y que pensaba que se había quitado. Isco le explica que su madre necesita un certificado de asistencia para cobrar el salario social y que no ha tenido más remedio, que vendrá al menos unos cuantos días hasta que le den el papel que su madre precisa y luego dejará de venir. Jonatan le pregunta por sus gallos de pelea, pues Isco es un gran aficionado a estos animales. Éste le explica que está criando unos pollos ingleses muy buenos que ha comprado en Jerez y que le han costado 300 euros. Isco el de los pollos habla con un ligero tartamudeo que dificulta su expresión, pero no manifiesta ningún complejo por ello, demostrando una naturalidad fundamentada en un temperamento impulsivo y en un carácter duro y bronco. De tanta afición a los gallos de pelea ha conseguido parecerse a ellos, tiene el cabello rapado por los lados y el pelo de la parte superior de la cabeza encrestado a fuerza de gomina, su cuello es delgado y largo, de cuerpo menudo y de brazos cortos. Sólo habla de gallos de pelea, de cómo los entrena y cuenta los combates en las que participa directamente con sus gallos o de miranda en galleras clandestinas. Jonatan e Isco quedan por la tarde para que éste le enseñe los pollos que cría y entrena para la pelea. Toca el timbre que marca el paso de las horas y el cambio de asignaturas y profesorado en el instituto. Ya pueden entrar. Lo hacen ambos con las manos en los bolsillos, pues no acostumbran a traer libros ni maleta, como mucho guardan un mínimo lápiz en algún lugar de su vestimenta. Las hojas de papel para escribir ya se las dará alguien, no faltará quién lo haga.
Hoy las clases no son diferentes a las de los otros días. Ha aguantado en clase con dos profesores las dos horas siguientes, hasta el recreo. Este periodo es su preferido del tiempo que pasa en el instituto, por varios motivos: por los bollos de la cafetería, porque está con los colegas y porque se siente libre de la presión de los maestros que, en su opinión, están siempre detrás suyo queriendo que trabaje y que haga lo que ellos quieran. Hoy, después de comerse un bocata de lomo con mayonesa y ketchup y beberse una coca-cola se ha comprado para postre cinco vampiros, un paquete de pistolines y una bolsa de gusanitos y aún le han sobrado unos céntimos de los tres euros diarios que trae para gastar. Ha permanecido la media hora del recreo con su colega Isco, el de los pollos de pelea, en una zona del patio al resguardo de miradas no deseadas, pero que a su vez resulta un buen observatorio desde donde controlar la parte principal del patio. En este lugar hay sembrados varios naranjos agrios dentro de unos arriates circundados por matas de tuya podadas de forma pareja a una altura de poco más de medio metro y que forman un codo con uno de los muros que rodean el centro. Este sitio es el preferido por los alumnos cuando quieren escaparse antes de que finalicen las clases, pues la tapia es más fácil de atacar desde el interior y da a una calleja poco transitada y alejada de miradas indiscretas. A este emplazamiento acuden muy pocos chavales y si algún incauto se pierde por aquí rápidamente aprende que no ha de volver a hacerlo, pues se puede llevar un naranjazo además de una retahíla de insultos, empujones y collejas. El patio de los naranjos es la república independiente de la “mafia”, como les gusta llamarse entre sí a los que lo frecuentan en régimen de casi monopolio. Así que aquí suelen acudir los colegas del barrio, los más peritas, los que constituyen grupos o bandas organizadas a través de una red de relaciones afectivas y de solidaridad interpersonal y que consumen las tardes por la barriada al arbitrio de sus impulsos. Los chicos de esta parte del patio se reconocen por su pinta: pelos coloreados o atigrados, pelados tipo “marine” o cepillo, melena larga o tipo “lolailo” corto por arriba y con mechones largos que nacen en el cogote; las chicas por sus desafiantes colas y moños altos y por sus felpas; y unos y otras por ser portadores de pendientes, piercing e, incluso, algún tatuaje más o menos discreto. Toda esta parafernalia simboliza la libertad de que disponen y que es envidiada por muchos de los otros chicos sometidos a un mayor control de sus padres.
Cuando ha finalizado el recreo, Jonatan e Isco se han quedado en el patio escondidos entre unos macizos de lantana y unos mióporos que hay en otra zona aún más apartada de la vista del profesorado de guardia. Han esperado allí hasta que han salido al patio los de la clase de Educación Física para realizar “deporte libre” y se han escabullido entre ellos hasta llegar a los servicios. Allí se encierran en un retrete e Isco saca un cigarrillo rubio que tiene escondido en el calcetín junto a un mechero clipper. Lo coge entre sus dedos índice y pulgar, lo deposita entre sus labios y le acerca la llama, aspira y deja salir lentamente, con aire experto, el humo por la nariz. Después de dos caladas, le pasa el pitillo a Jonatan que repite la operación y pasa a continuación el cigarro a su compañero. Uno y otro se intercambian el cigarrillo entre sí como buenos colegas. Con los hombros apoyados en la pared y las piernas cruzadas disfrutan de un breve momento de libertad clandestina, como presos privilegiados que consiguen un paréntesis en su condena. Acabado el cigarro, salen del retrete y se entretienen charlando o asustando, según les parezca, a los otros chicos que aparecen con alguna necesidad más o menos urgente por esta zona discreta del instituto. Les insultan llamándolos pringaos o mierdas y les reparten empujones o collejas a discreción. La mayoría de estos chicos agachan la cabeza y se van, incluso sin realizar aquello para lo que iban allí. Antes de perderse en el mundo frío y desvalido de los pasillos les amenazan con pegarles si cuentan algo a los profesores.




Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar