lunes, 1 de noviembre de 2010

Un domingo cualquiera

Aquella tarde Elena salió a pasear. Pensó, quizás, que la enredadera de soledad que la ahogaba y casi le impedía respirar, cedería y el viento arrastraría sus tristes pensamientos.

No era nuevo, desde niña, esa sensación la había perseguido. Recordó tardes solitarias en las que deambulaba, sin sentido, por animadas calles que amortiguaban su gris melancolía. A veces, se sentaba en un banco, con un libro en las manos que no leía. Disimulaba y observaba a la gente que pasaba, imaginando una vida que ella inventaba. Así pasaba las tardes de algunos domingos, entreteniendo a la soledad.

Un golpe de viento la situó en el presente. Había anochecido. Estaba sentada en un banco, con un libro en las manos que no leía, inventando vidas ajenas. Elena respiró profundamente, se levantó y sonrió. Había resuelto una tarde más de un domingo cualquiera.