martes, 8 de julio de 2008

Julia (Capítulo VII)

Jonatan ha quedado con Isco para ir a ver sus pollos de pelea. Pasan por la acera de enfrente del Centro de Salud y desde allí observan como en la entrada de los aparcamientos la madre de Jonatan, Julita, está hablando con el “Trompa”, un colgao del barrio con “mala pinta”. Parece que disputan por algo que ella guarda con diligencia en el bolso para que el otro no se lo arrebate. El Trompa se abalanza sobre Julita y le agarra el bolso mientras ella tira fuerte de éste para evitarlo. El colgao le levanta la mano, amenazante, y en ese momento Jonatan corre hacia ellos gritándole al Trompa que lo va a matar. Lo empuja con todas sus fuerzas, lo derriba y, una vez en el suelo, le despacha varias patadas en el cuerpo que lo hacen gemir.
- ¿Qué pasa, tío?, dice arrastrando la ese con exageración. Tranqui, tronco, que no pasaba na. Que te lo diga ésta. Se defiende mientras engurruñe su cuerpo en el suelo flexionando manos y pies en actitud defensiva.
- Te voy a matar, cabrón, como vuelvas a tocar a mi madre. Le dice Jonatan mirándole fijamente con la lengua apretada contra los dientes y jadeando por el esfuerzo, manteniendo la pierna derecha alzada para endosarle otro puntapié.
- Que no tío, que te equivocas. Que no es lo que parecía. Díselo tú Julita, que somos colegas, joder. Que no te quería quitar el bolso, sólo era para que me dieras la mitad de las pastillas como acordamos entre nosotros. Díselo al niñato éste para que me deje tranquilo y no me pegue más.
Jonatan deja caer el pie sobre el muslo derecho del Trompa y éste se queja por el nuevo golpe. Julita, se pone entre ambos y aplaca a su hijo. Jonatan la mira y le aumenta la rabia al verla como va, pues piensa que va pintada y vestida como una puta. Los ojos de Julita están torpe y burdamente pintados de negro, la boca carmín, las mejillas exageradas de colorete, el pelo teñido de rubio platino recogido en un moño alto, un breve y estrecho top negro le cubre los desmadejados pechos dejando a la vista la carne blanca y algo fofa que rodea la cicatriz del ombligo, una chaquetita corta y un pantalón vaquero muy ceñidos completan su indumentaria.
- Déjalo, Jonatan, por lo que más quieras. No es lo que piensas. No te metas en mis cosas.
- ¿Qué no me meta en tus cosas? Pero si te estaba pegando... Contesta iracundo.
- No ha sido así. Ha sido un malentendido. Tenemos negocios a medias y a veces discutimos, pero no pasa de ahí. Tranquilízate, cariño. Le dice Julita endulzando el tono.
- Esta vez se quedará así, pero te juro que si tocas a mi madre te parto la cabeza y no lo cuentas, comemierdas. Le dice al Trompa mientras lo amenaza con el dedo índice de su mano derecha. ¿Entendido?
- Vale-, contesta éste al tiempo que se levanta del suelo y se tienta el cuerpo doliéndose de las patadas que ha recibido.
Jonatan se agacha para recoger una cajita blanca que contiene un bote de trankimazín. Con la mirada interroga a su madre.
- He ido al médico para que me recete estas pastillas que me van muy bien cuando me encuentro decaída y sin fuerzas para levantarme. Se justifica Julita ante Jonatan.
- ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué no sé para que sirven?
- Jonatan, yo no me meto en tu vida, así que tú no tienes por qué meterte en la mía. Déjame tranquila y vete ya. Le dice muy seria y con gesto hostil.
Jonatan da media vuelta y se va con el Isco por donde había venido. Le duele que su madre lleve esa vida que le golpea en el fondo de su corazón. Aunque joven, ya tiene experiencia en el mundo de las drogas, como consumidor no ha pasado de algún que otro porro y pelotazos de alcohol sobre todo cuando sale con su banda los fines de semana. Sin embargo, en el barrio se consume de todo y hay que ser ciego para no saber de las mierdas que circulan por aquí. Jonatan no es tonto y sabe cómo se utiliza el trankimazín, el rohypnol o el rubifén y los efectos que producen.
Julita, después de consumir muchas sustancias, prefiere el rubifén, especialmente desde que ha encontrado una farmacia en la que no le ponen problemas para adquirirlo. Acostumbra a tomar entre cincuenta y sesenta miligramos diarios, se lo traga preferentemente, aunque a veces también lo esnifa. Prefiere las anfetaminas porque son legales y cuando trapichea pierde el miedo a que la pasma la detenga. Además son más baratas que otras drogas, sobre todo con receta, una caja de rubifén de 30 pastillas sale por menos de diez euros y la sustancia no está cortada con porquería como la cocaína. Julita ha llegado a economizar su uso potenciando su efecto con la cafeína, así se toma primero un café bien cargado y, después de un rato, se toma una pastilla de diez miligramos o la mitad, depende de como tenga el día. Esto le ayuda a ver la vida con mejores ojos, a sentirse más a gusto y a encontrar el ánimo que necesita para tirar hacia adelante. La verdad es que su vida no ha sido, ni es, fácil. Su matrimonio fue un infierno, sufrió los malos tratos de su marido desde que eran novios, pues antes de casarse ya él le impedía a ella que se pusiera la ropa que deseaba y cuando la dejaba en el domicilio de sus padres, él volvía a salir con sus amigachos de juerga. Tras la boda, empezaron los insultos y, poco más tarde, los primeros golpes, incluso mientras estuvo embarazada de Jonatan. Cuando éste nació, poco antes de cumplir años, los abandonó a los dos. Se fue con otra y, desde entonces, no se ha vuelto a ocupar de ella ni del niño. Julita ha tenido otras parejas, pero la historia de su matrimonio se repetía, ha llegado a pensar si es ella la que tiene un bajío y no está hecha para vivir con un hombre.
Relato corto: El sol negro
Escrito por Martín Almodóvar

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