jueves, 15 de diciembre de 2011

El cuaderno azul (Captítulo I)

I

No podía creerlo. Había estado tan ocupada y emocionada preparando el viaje, que no se enteró de la huelga de los ferroviarios. Rebuscó su móvil en el bolso. Intentó llamar y nada, sin cobertura. Bueno, no cabía otra cosa que tener paciencia. Merodeó por la estación buscando un kiosco donde comprar chicles y alguna revista de esas que traen pasatiempos. Había traído un libro pero no le apetecía leer. Se sentó en una de esas incomodísimas sillas de plástico que hay en las estaciones modernas, puestas en fila, en las que la piel de las piernas se queda pegada como una lapa.

La estación estaba muy animada. Había mucha gente que deambulaba parándose en las pantallas donde anunciaban las entradas y salidas de los trenes. Caras de desesperación, de tristeza, de indignación. Cuando anunciaban la salida de algún tren, se ocasionaba un pequeño barullo, carreras, pisotones y algún tropezón inesperado.

Poco a poco la animada estación se quedó casi desierta. Estaba ya un poco aburrida y decidió probar suerte con su móvil. Salió a la calle. Hacía frío y tampoco tenía cobertura. Entró y se dirigió a una de las pantallas para comprobar si algo había cambiado. Nada, su tren seguía anulado. Tenía hambre y decidió entrar en una de las pocas cafeterías que aún quedaban abiertas. Comió un bocadillo y se pidió un café. Le dolían las piernas. Llevaba muchas horas sentada. Se agachó para masajearse los tobillos y vio un cuaderno tirado en el suelo.

Su primera intención fue entregárselo al camarero, pero la curiosidad la venció. Guardó el cuaderno en el bolso, pagó su consumición y como si hubiera cometido un crimen, salió del local apresuradamente.

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