sábado, 31 de mayo de 2008

Para la tribu Labadults









¿Os acordáis cuando eramos pequeños y pequeñas de aquellos programas de la radio dónde se dedicaban canciones?

Pues bien, dedico estas canciones a una peculiar tribu llamada Labadults, en el día de uno de sus múltiples aniversarios pues creo que ha celebrado recientemente una gran fiesta.

Porque nos emocionan y unen aquellas pequeñas cosas, porque sabemos hacer mucho ruido cuando es necesario y si alguien pensaba que estábamos muertos, se equivocaba...

Together... Que no nos oye nadie, por lo menos cantad la última canción...

El muerto vivo

A mi amigo Blanco Herrera le pagaron su salario y sin pensarlo dos veces salió para malgastarlo, una semana de juerga y perdió el conocimiento como no volvía a su casa todos le daban por muerto,

y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no, y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas,lerelele

y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,y no estaba muerto no, no, chevere, chevere, chévere,

pero al cabo de unos días de haber desaparecido encontraron uno muerto, un muerto muy parecido, le montaron un velorio y le rezaron la novena, le perdonaron sus deudas y lo enterraron con pena,

y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no, y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas, lerelele

y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,y no estaba muerto no, no, chevere, chevere, chévere,

pero un día se apareció lleno de vida y contento, diciéndole a todo el mundo eh! se equivocaron de muerto, el lío que se formó eso sí que es puro cuento, su mujer ya no lo quiere, no quiere dormir con muertos,

no estaba muerto estaba de parranda, (bis)

viernes, 30 de mayo de 2008

Papas y mamás


Hoy no encuentro palabras...

(Tarda unos 15 segundos en empezar)

http://es.youtube.com/watch?v=GcRY4YQNvQg




miércoles, 28 de mayo de 2008

Intuición

Me gusta su sonido. Empieza con suavidad para acabar con contundencia. Las dos primeras sílabas de esta palabra corresponden a ese gesto que hacemos cuando entrecerramos los ojos por unos segundos y percibimos instantáneamente algo, que al terminar de pronunciar la última sílaba, hemos comprendido y nos da casi la certeza de lo intuido.

Como casi todas las palabras de nuestro vocabulario, como no, proviene del latín: in- (interior), -tuetor (ver). Significa ver el interior. Esto puede llevar a equívocos. No penséis que es una facultad que tienen los cerebros más desarrollados o que se trata de percepciones extrasensoriales dignas de Cuarto Milenio ¡Qué va! Resulta que tiene que ver con la amígdala. Yo que siempre me he creído una persona intuitiva, me quedé pasmada porque cuando era pequeña me extirparon, no una, sino las dos amígdalas, y no quito ni una letra de la palabra “extirparon”.

¡Qué inculta! Resulta que la amígdala es un mogollón de núcleos de neuronas que están en la profundidad de nuestro cerebro. Tiene forma de almendra y por lo visto se ocupa de decidir si en determinadas situaciones nos ponemos peleones, en guardia, o simplemente huimos. También me he enterado que es la parte más primitiva del cerebro, “el cerebro reptil”. Por cierto, que mal suena esto, pero así es la vida.

Las personas intuitivas ya podemos explicar por qué cuando nos presentan a una persona que no conocemos, a los dos minutos decimos “no me gusta”, es porque hemos puesto en funcionamiento nuestra herencia “reptil”. Naaaaaada de ver en su interior. Lo que son las cosas…
Sigo informándome y en psicología se llama intuición “al conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción y formulación, y por lo tanto no puede explicarse o, incluso, verbalizarse.”. Claro, y es que cuando tú dices que tienes una intuición sobre algo, se pone la gente muy pesada preguntándote en qué te basas. Pues eso, que no se puede explicar, y te quedas tan ancha.

Continuo con mi investigación y descubro que según la iridiología, ciencia que estudia a la persona a través del iris, las personas intuitivas somos “personas-arroyo”. No os lo perdáis: “La personalidad-arroyo combina las cualidades de los tipo joya y flor. Posiblemente, lo que mejor les describe es su sensibilidad física, mental e intuitiva. Receptivos ante todo lo que pasa a su alrededor, el menor cambio o incidente es inmediatamente sentido por ellos. Constantemente son “tocados” por todo debido a su sensibilidad; son los radares andantes de la vida.”. ¡Toma ya!

Ya sabes, cuidado con las personas intuitivas porque somos lagartas, primitivas, irracionales, arrolladoras y unas joyitas con radar incorporado.
Pues no está mal. Y tú ¿qué opinas?

lunes, 26 de mayo de 2008

La señorita Martirio y su Academia "Lux"

Mi escuela de primaria estaba situada en una barriada obrera de una gran ciudad. Se llamaba Academia “Lux”. No penséis por su nombre en el lujo de las instalaciones, no. No tenía ni salón de actos, ni gimnasio, ni patio ni nada. Durante el recreo, jugábamos en los soportales del edificio. También allí realizábamos las actividades deportivas que consistían en aquellas invariables tablas de gimnasia sueca: espalda recta, cabeza alta, hombros abajo… piernas abiertas y uno… y… dos… Aunque parezca increíble, esto tenía su atractivo después de varias horas de encierro en pisos minúsculos que hacían las veces de aulas. Dependiendo del curso podía tocarte una clase cuyas ventanas daban a un ojo patio o con suerte la clase que tenía balcón al exterior, un poco más amplia y luminosa. Yo prefería las del ojo patio, pues al mediodía la clase se impregnaba del olor a comida de los pisos colindantes y eso me anunciaba que el suplicio escolar estaba a punto de terminar.
La disposición de las mesas seguía un extraño principio pedagógico que consistía en sentar a los niños y niñas por el orden de su calificaciones. Esto provocaba no pocos llantos y escenas tragicómicas, sobre todo en quien perdía su posición habitual en aquel disparatado ranking. Dada mi inconstante y variable actividad escolar, era de las que me codeaba con los “buenos”, los “regulares” y los “malos”. En fin, tenía un vida social muy agitada. Lo divertido de esta situación era que el espacio y organización de la clase variaba según la materia que se impartiese en relación con las notas obtenidas y continuamente estábamos cambiando de posición y de compañía. Las situaciones que se producían eran kafkianas pues, a veces, sólo estaban ocupadas las cuatro primeras mesas, reservadas para la casta empollona; las mesas centrales se quedaban vacías y el resto nos apilábamos, como sardinas en lata, en las últimas bancas de la clase.
La señorita Martirio era morena, guapetona, quizás no llegara a la treintena. Llevaba el pelo recogido en un cola de caballo tan estirada que le daba a su cara un aspecto oriental. Adornaba su peinado con un lazo de raso combinado con el color de su vestimenta: vestido azul, lazo azul; jersey verde, lazo verde. Llevaba los labios pintados de un intenso rojo carmín. Jamás vestía con pantalones y siempre calzaba unos zapatos de tacón altísimos. Las madres comentaban que era la novia del director y que por eso mandaba tanto y hacía y deshacía como le venía en gana. Al principio, la señorita Martirio era de mis preferidas. Te saludaba por tu nombre y siempre tenía un gesto cariñoso y amable, hasta que un día descubrí su lado oscuro.
Una mañana, aburrida y harta de la soporífera clase de Ciencias Naturales, articulé una excusa para ir al servicio que estaba situado dentro de la clase de la señorita Martirio. Nunca se me olvidará la escena. Hacían un dictado. Ella estaba inclinada sobre un niño que tenía una de sus mejillas hinchada y enrojecida. Intuía que algo extraño ocurría pues no se oía ni una mosca y el resto de los niñas y niños estaban sobrecogidos, inmóviles. Nadie se reía, ni los más chulitos osaban levantar la vista. Parecían estatuas de sal petrificadas. Mientras esperaba para poder entrar en el servicio, puse en marcha una de mis habilidades escolares: me mimeticé con el mobiliario, por si acaso.
No recuerdo las frases o palabras del dictado, sólo oigo su fina y aguda voz y las bofetadas que resonaban en todo el edificio. No entendía nada. El niño que recibía su descontrolado e injusto ataque de ira, no se comportaba de manera distinta a los demás. Se me escapaba algo. De repente, con un movimiento rápido de cuello, más propio de la niña del exorcista que de una paciente maestra, su mirada recayó en mi persona y supongo que por la cara de pánico que debía tener, me explicó lo que ocurría:
- ¡Las palabras deben escribirse de una sola vez! ¡No se debe levantar el lápiz! ¡Y este zoquete no se entera!
¿Las palabras deben escribirse de una sola vez? ¿Sin levantar el lápiz? ¿Todas juntas al pelotón? No entendía nada y mi cara de sorpresa así lo reflejó.
- ¡Otra que no se entera! ¿Cuántas veces he de repetirlo? Si escribimos la palabra "habitantes", no se levanta el lápiz del papel hasta llegar a la “s”. Es después cuando colocamos el punto de la “i” y la raya de la “t”. ¿Lo entiendes? – dijo con su voz chillona.
Entonces, como por arte de magia, se abrió la puerta del servicio y salió una niña también asustada como yo por la situación. Aproveché ese momento para desaparecer rápidamente. Allí estuve un tiempo que me pareció interminable. Acurrucada, con las manos tapándome los oídos, no tenía valor para salir. Y a mí, sí me salvó la campana, por fin, el recreo.
No recuerdo al resto de los maestros o maestras de aquella escuela, sólo a ella. Nunca me dio clase pero forma parte de mis pesadillas escolares más angustiosas. Todavía hoy, cuando me pongo a escribir, me sorprendo siguiendo aquella absurda norma de no levantar el lápiz del papel. Entonces, cojo mi goma Milán y borró lo que he escrito. Empiezo de nuevo. Es mi pequeña venganza contra la señorita Martirio y mi gesto solidario con aquel desvalido niño.

Martín Almodóvar

Es de tierra adentro. El verde oliva le cautiva, aunque también se deja mecer por las olas.
Su entrecejo fruncido le da un aspecto de aparente seriedad o de preocupación que inmediatamente desaparece cuando esboza esa sonrisa de medio lado, coqueta y entrañable. Le gusta relacionarse y comunicarse, echar un rato de cañas y charlar con los amigos, aunque fundamentalmente es casero. Pero, si hay que cantar se canta; si hay que bailar, se baila; si hay que salir, se sale… Sin embargo en la intimidad, a menudo, emprende un silencioso e íntimo viaje y si le conoces, sabes que no debes preguntar. Es tacaño y austero para comunicar sus sentimientos o sus problemas a los demás.
Su humor, digamos que es peculiar, es difícil definirlo, en fin “the salmon life”, pequeño guiño familiar. Es tozudo, apretado, persistente y a veces pesadillo, todo no van a ser elogios, y es que si le dejas, organiza tu vida. Cuando se le mete algo en la cabeza es un martillo pilón, una gota malaya...
Le gustan las personas claras y honestas. No tiene prejuicios y tiende a disculpar en principio a todo el mundo. No se deja influenciar por “avisos al navegante”. Sin embargo, no te equivoques ni lo traiciones pues pone la pica en Flandes, te echa la cruz y puede ser temible.
Es un ávido lector y sé que, secretamente, escribe. Le encanta escuchar todo tipo de música. Le gustan especialmente el jazz y los cantautores “tristones”, término familiar referido a intérpretes con un tono vital melancólico. Esta afición a los “tristones” le ha causado, a veces, alguna que otra riña en casa ya que es capaz de escuchar el mismo disco tres o cuatro veces en un día, semana tras semana. Entenderéis que todo tiene un límite…
A Martín le gusta cuidarse, sin exagerar. Tiene un puntillo coquetón y presumido que le cuesta reconocer. El deporte es una de sus aficiones que practica con dedicación. Da igual que no pueda con su vida, que tenga un dedo roto o que la vertical de su columna le abandone, la disciplina es la disciplina. En fin, morirá con las botas de baloncesto puestas.
Entre sus aficiones, también se encuentra esa desmedida dedicación a los idiomas. Es “muchiglota”, es decir, habla con una corrección y acento estupendos el “italoño”, el “cataleman” o el “andaturco”. Pero su especialidad es el “martinglés” que le ha aportado anécdotas esotéricas y paranormales dignas de referencia que por un módico precio podría contar.
Es glotón en el trabajo y sufre de obesidad laboral. Son famosos sus atracones en este campo, motivo de gran preocupación y alerta entre sus familiares, compañeros y amigos. Su dieta profesional no varia: un primer plato de creatividad e ilusión, un segundo plato de persistencia y esfuerzo y el postre, siempre dulce, consiste en la satisfacción del trabajo bien hecho. De manera continúa e incansable, su cerebro busca, inventa, rastrea como un satélite nuevas ideas que le permitan construir innovadores proyectos. Esta inquietud incesante hace que cada década emprenda una nueva aventura en un nuevo espacio. Martín no se apoltrona ni calienta el sillón. Comparte todo lo que hace, no se guarda ningún as bajo la manga. Profesionalmente, no deja a nadie indiferente pues pasas a formar parte de su numeroso club de fans o se te atraganta para siempre.
La militancia incombustible es uno de los rasgos más acusados de su personalidad. Desde muy joven su compromiso político, social y profesional ha estado con los desfavorecidos, los malos, los desahuciados, los desvalidos. No abandona ningún barco, es más, en alguna ocasión ha sido el barco quien le ha dicho: “Ahí te quedas, tío”.
Con la familia y las amistades, es cariñoso, leal y respetuoso. Les cuida y mima en todo momento. Está cuando hace falta y si no es necesario, se retira discretamente.
Desde tiempos inmemoriales, comparte su vida con una persona muy distinta a él y que le desordena la vida: divergente, desordenada, despistada, indisciplinada, desobediente y algo caótica. Ya imagináis que el aburrimiento y la rutina no forman parte de su vida familiar. Tiene dos hijos, Olmo y Martín, que han iniciado su propio camino vital. Con ellos mantiene una cercana y cariñosa relación construida desde el afecto y el respeto mutuo.
Sí, ya sé, se me ve el plumero ¿Y qué?

sábado, 24 de mayo de 2008

Vestido Nuevo

Espero que disfrutéis de este precioso corto de Sergi Pérez. Trata el tema de las diferencias con una sensibilidad exquisita. Guión, niños y niñas, fotografía... todo mágnífico.

Descargado de YouTube

Primera parte

Descargado de YouTube

Segunda parte

"Al corazón de todos los que en algún momento se han sentido diferentes y han sufrido por ello" (El País 20/03/2008)

viernes, 16 de mayo de 2008

¿La "i" o la "y"?

Letra travesti del abecedario. Varía, cambia, se trasviste. En su múltiple transformismo puede vestirse de vocal, semivocal o semiconsonante, incluso si la ocasión lo requiere, adoptar forma numérica y embutirse una mayúscula túnica romana.
No es competitiva. En la clasificación alfabética, no se estresa, no trabaja bajo presión. Le da igual ser la tercera vocal, la novena o la vigesimoséptima consonante.
Eso sí, las in- justicias la activan y movilizan. Es entonces, cuando esta letra adopta una actitud desafiante y combativa. En estos casos suele estar acompañada por su inseparable camarada "n". Sola o acompañada es implacable y señala con su dedo acusador todo lo i- legal, i- rracional, in- justo, in- solidario...
La "i", letra siempre voluble y creativa, nos invita a intuir, inventar, idear, imaginar...

Capítulo I: La carta (Violetas con historia)

Como todos los días, mi querido Martín Almodóvar antes de entrar en casa, abrió el buzón de correos para recoger las cartas recibidas. Entre toda la propaganda, facturas y papelorio inútil que se encuentra en un buzón, había una carta dirigida a la atención de las hermanas Turpin. Era de una tal Olivia Menta. Martín levantó una ceja y yo la otra. Ni idea. No recordaba a nadie con ese nombre. Con cierta curiosidad, abrí el sobre. Me sorprendió su delicada y perfecta caligrafía, casi infantil. Recordé las aburridas e interminables horas que pasaba en la escuela, rellenando aquellos horribles Cuadernos Rubio que tanto le gustaban a la señorita Martirio.
La carta era breve. Ocupaba apenas una cuartilla y encandilada como estaba con si visión, la voz de Martín me rescató de mi embelesamiento. Me preguntaba por el contenido de la carta y articulé una disculpa, explicando que había tenido un secuestro emocional con la señorita Martirio. ¿Señorita Martirio? La cara de Martín era de Violetasetevalaolla...
Por fin, me decidí a sentarme en el sofá y juntos iniciamos la lectura de la carta:

7 de Abril 2008

Estimadas Violeta, Gardenia y Loto Turpin:

Espero que al recibo de esta carta os encontréis con buena salud, yo a Dios Gracias, me encuentro bien, aunque no sé por cuanto tiempo, dada mi avanzada edad.
Imagino la extrañeza que os provocará el contenido de esta carta. Soy Olivia Menta, amiga y camarada de vuestra abuela Violeta Arbós. Ambas militábamos en el colectivo AUM.
Antes de morir, Violeta me eligió como depositaria de su testamento. Vosotras sois las únicas beneficiarias. Para haceros entrega del legado de vuestra abuela, os propongo una reunión en la sede del AUM. Para preservar el anonimato de este colectivo, os ruego que os pongáis en contacto conmigo a través de este teléfono 765346512 y podremos concertar una cita.
Espero, emocionada, vuestra llamada.
Se despide con cariño,

Olivia Menta

A cuadros, me quedé a cuadros ¿La abuela Violeta? ¿Militante? ¿Camarada? ¿AUM?. Alucinante. Estaba desconcertada.
Decidí llamar a mis hermanas.

lunes, 12 de mayo de 2008

Violetas con historia

El olvido es la carcoma de nuestra memoria que segundo a segundo, incansablemente, va horadando nuestros recuerdos infantiles.
Siempre me han gustado las historias contadas o leídas. Recuerdo, cuando era niña, las mañanas de los sábados en casa de mi abuela Violeta Arbós. Era un ritual repetido que me fascinaba. A las diez de la mañana, hijas y nueras estaban convocadas a esa cita ineludible.
Mi abuela, media hora antes, ya estaba sentada en su sillón de mimbre, en el centro de la alcoba principal, con su largo camisón blanco. Era una mujer alta, grande, hermosa. Los quilos y los años no habían borrado su físico bello y contundente.
Un par de prolongados suspiros y su inquisitiva mirada azul eran la señal convenida para el comienzo de una insólita liturgia.
Mi tía Elena colocaba a los pies de mi abuela, un gran barreño de zinc donde vertía simúltaneamente agua fría y agua caliente de dos grandes teteras. Mi abuela metía el dedo gordo del pie derecho en el barreño y asentía.
Amalia y Marina la despojaban de su camisón y mi abuela aparecía como una venus primigenia, oronda y voluptuosa. Eran Enriqueta y Elena las que se encargaban del minucioso aseo. Con suavidad frotaban cada centímetro de piel, cada recoveco, cada pliegue y arruga. Después, con el mismo empeño secaban su cuerpo con delicados toques, como si utilizaran papel secante.
Ya vestida por mis tías Amalia y Marina, era Magdalena la encargada de hacer la manicura de manos y pies.
Las nueras también tenían su cometido. Mi madre lavaba su larga y lisa melena rubia, ya entremezclada con las canas, y le hacía un moño recogido con un redecilla que sujetaba con horquillas doradas. Mi tía Carmina, con su cálido acento gallego, se ocupaba de amenizar con chismes vecinales de nuestro barrio porteño, la escena que se desarrollaba, sábado a sábado, en este peculiar gineceo.
Llegaba el merecido descanso y el café. Era el momento más anhelado por mí. Durante la animada charla que entre todas mantenían, de repente surgía la mágica frase: ¿Te acuerdas de...? Y ahí empezaban las historias. Cada una contaba la suya. Las demás escuchaban atentamente y a veces completaban el relato con pequeños detalles olvidados por la narradora. Algunas eran historias entretenidas, divertidas; otras tristes y melancólicas, pero todas eran únicas.
Estas sesiones podían terminar con escandalosos ataques de risa o con una monumental discusión que mi tía Amalia resolvía a lecherazos en la cabeza de algunas de sus hermanas o cuñadas. Ellas eran vitales, primarias y excesivas, pero auténticas.
Mi conjuro contra el olvido será contar una a una, esas historias que tanto me gustaban.
Y como ocurre con los ingredientes de una receta de cocina, mezclaré e inventaré nombres, situaciones, épocas y momentos para que las historias y sus personajes sólo tengan un leve parecido con la realidad, no vaya que se escape algún lecherazo.

jueves, 8 de mayo de 2008

Reflexionario alborotado

Declaración premeditada
Hay palabras que me cautivan. Si buceo en ellas, no consigo establecer con claridad, un criterio único que justifique mi elección. Hay palabras herméticas, rígidas y peligrosas que aventuran sensaciones extrañas. Otras son liberadoras y livianas. Las hay que te sorprenden y fascinan pues son piratas, divertidas y apasionadas. También están las palabras adecuadas, como no, siempre discretas, elegantes y vestidas para la ocasión.
No es verdad que a las palabras se las lleve el viento, por lo menos no a todas... Algunas se pasean y vagan por nuestra mente en régimen de alquiler, temporalmente; pero otras se instalan en nuestra vida con el poder de un hechizo.
Comienzo este Reflexionario Alborotado, listado atemporal de palabras queridas, dispuestas sin orden ni concierto. Será alocado, no alfabético e incompleto.
No pretendo ser original, ya otras personas han escrito sobre la magia que poseen las palabras, sólo será un entretenimiento personal para pasar el tiempo y una sufrida penitencia para amistades y familiares que tendrán que soportan mis inciertos momentos de creación.
Es lo que hay...