Sólo hace pocas horas que tú no estás y te echo de menos, Concha. No quiero que se me olvide nada. Tu figura firme, rotunda, acogedora, sensual...
Recuerdo que antes de ser amigas, ya nos conocíamos de alguna reunión, alguna jornada... pero reconozco que me gustaste desde que te vi. Desprendías honradez, claridad, eficiencia. Por eso cuando Rafael me preguntó si conocía a alguien que estuviera interesado en una liberación sindical, pensé automáticamente en ti. No sólo no me equivoqué en lo profesional sino que descubrí a una persona sensible y bella.
Tu apariencia podía despistar, en principio, a los que no te conocían en profundidad. La verdad, yo misma, me ponía a temblar cuando enarcabas sutilmente las cejas y decías:
- Mira, te lo voy a explicar...
Me gustaba tu socarronería, tu humor inteligente y mordaz, el mimo exquisito, el cariño y el amor que desprendías cuando estabas junto a tu Manuel, cuando hablabas de tu familia, tus hermanos, tus sobrinos, tus amigos del alma.
Hoy parece que sólo me acuerdo de tonterías, de detalles sin importancia: tus brujitas, lo que te gustaban las cajas, el cava, el ducados que me pedías cuando nos encontrábamos..., las copitas, las risas, y esa solidaridad femenina que establecimos durante nuestra aventura sindical, de lo que te gustaban los hoteles, el teatro, escribir, escribir...Conservo todavía la historia del piano... Mi madre era una mujer inteligente... Todavía es un relato que está presente en mis clases...
Curiosamente, nunca nos dijimos cara a cara el afecto que nos teníamos, pero lo expresábamos por escrito, quizás por pudor: los mensajes en Año Nuevo, los cumpleaños... El juego que teníamos: tú siempre atenta y puntual, sólo hace dos semanas que me felicitaste; yo, como siempre, desastrosa, te felicitaba con atraso o adelanto, como tu decías, no tengo arreglo, pero nos reíamos...
No quiero que se me olviden tus ojos grandes, siempre atentos a todo lo que te rodeaba.
Sé que he perdido a una persona que me cuidaba. Porque sí, nos cuidabas a todos.
Hoy estoy triste, muy triste.
Rita
Yo apenas conocí a Concha, pero estoy segura (por qué a tí se te conozco)que siempre ocupará un lugar en tu vida. A veces el destino nos premia,tenemos la posibiliodad de compartir parte de nuestra andadura con personas como tu o Concha. Descubrir todos esos pequeños detalles de alguien nos introduce en su mundo, hace que pertenezcamos a el, al mismo tiempo le estamos abriendo la puerta de nuestra alma para invitarle a pasar. Por esos "pequeños detalles" merece la pena la amistad
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