No es que me guste especialmente el tenis pero este verano no me perdí la final de Wimbledon entre Nadal y Federer. Todavía en los corazones y balcones del vecindario ondeaban las banderas rojas y gualdas, convertidas en signo inequívoco, digo yo, de que no queríamos que ganara ni Italia, ni Francia… Aquí se estaba con la selección española, que nadie se confunda. Nuestro balcón no sufrió ningún cambio estético, se mantuvo tan lleno de polvo como siempre y sin bandera. Desde entonces creo que algún vecino nos mira con resquemor… ¿Irían con Polonia?
Bueno, a lo que iba, cuando todavía no había desaparecido ese infantil nacionalismo patriótico-deportivo que nos hizo olvidar por unos días la recesión económica, llamada posteriormente “crisis”, es decir, te vas a quedar más tieso que una mojama hipotecada, llega Nadal para alegrarnos la existencia, porque aunque el pan vaya a escasear nos sigue gustando el circo.
La final esperada, máxima expectación y pasteleo por un tubo. ¿Qué me decís del empalagoso encuentro-entrevista entre Santana y Nadal? Lagrimones como puños corrían por nuestras mejillas. Durante las dos o tres primeras horas del partido, se repitió hasta la saciedad que desde el año 1966, en el que Santana ganó la final en Wimbledon, ningún “español” había vuelto a realizar tan osada hazaña. Oye, te embarga la emoción. ¡Venga chaval! ¡Este año podemos! Y de repente, sin avisar y así de pasada, uno de los comentaristas televisivos dice:
- Bueno, a Conchita Martínez le dieron la ensaladera en 1994.
- Sí, me dieron la ensaladera…- comenta Conchita, prudentemente.
¿¿¿Cómo??? ¿Qué Conchita Martínez fue campeona de Wimbledon en 1994? Pero no habíamos quedado que desde 1966, ningún “español” había ganado este trofeo. A mí el apellido Martínez me suena como de aquí, pero investigo. Efectivamente, Conchita nace en Monzón (Huesca). A lo mejor es que Monzón se ha segregado de España y ha pasado a ser una república Báltica y yo no me he enterado.
Reconozco que lo vi todo rojo y me puse como una moto: ¡Machistas! ¡Mal educados! ¡Qué poca sensibilidad! ¡Qué falta de respeto!... estando allí presente la muchacha. Y es que no entendía nada. Me explico. Meses atrás, nos tiramos de los pelos porque una ministra osó decir “miembras”. Esto desata una monumental y ridícula polémica que dura varios días. Amablemente, los sabios de la RAE y también algunos escritores del ala izquierda, que eso duele más, nos explican que el masculino es inclusivo, que se utiliza de forma genérica, que como nos ponemos algunas por este tipo de tonterías… O sea que en el ámbito deportivo cuando se dice español, es español y no española.
Conchita Martínez soportó durante las cuatro horas y pico que duró la final, el peloteo babosillo de los comentaristas que estaban emocionadísimos con la posibilidad de que, después de 42 años, la España masculina consiguiera el tan ansiado trofeo. No nos confundamos que una copa no es igual que una ensaladera. Y es que cuando conviene, se diferencia escrupulosamente entre hombres españoles campeones y mujeres españolas con ensaladera… Porque lo de la copita para ellos y la ensaladera para ellas, tiene miga.
Lo de Wimbledon es fuerte. Resulta que a los hombres sólo se les nombra por su apellido y a las mujeres se les añade “Miss” o “Mrs”. Pero, bueno ¿esto qué significa? ¿Que todo el mundo tiene que enterarse si están libres o ocupadas como los taxis?. Pero el colmo de los colmos es el nombrecito que le dan a la puñetera ensaladera, "Venus Rosewater Dish", que significa El Plato de Agua de rosas de Venus ¡Serán cursis!
En fin, no comment, como dirían los británicos, ¿o las británicas y los británicos?, ¿o la ciudadanía británica?… Y es que estoy con este tema del lenguaje inclusivo, como dice el bolero, algo perdida, sin rumbo y en el lodo…
Y ante la pregunta clave, ¿nos vamos de copitas o nos hacemos una ensalada aquí en casita? Respuesta correcta: Conozco un bar de copas donde hacen unas ensaladas… Siempre en contra de la exclusión, queridos y queridas.
Bueno, a lo que iba, cuando todavía no había desaparecido ese infantil nacionalismo patriótico-deportivo que nos hizo olvidar por unos días la recesión económica, llamada posteriormente “crisis”, es decir, te vas a quedar más tieso que una mojama hipotecada, llega Nadal para alegrarnos la existencia, porque aunque el pan vaya a escasear nos sigue gustando el circo.
La final esperada, máxima expectación y pasteleo por un tubo. ¿Qué me decís del empalagoso encuentro-entrevista entre Santana y Nadal? Lagrimones como puños corrían por nuestras mejillas. Durante las dos o tres primeras horas del partido, se repitió hasta la saciedad que desde el año 1966, en el que Santana ganó la final en Wimbledon, ningún “español” había vuelto a realizar tan osada hazaña. Oye, te embarga la emoción. ¡Venga chaval! ¡Este año podemos! Y de repente, sin avisar y así de pasada, uno de los comentaristas televisivos dice:
- Bueno, a Conchita Martínez le dieron la ensaladera en 1994.
- Sí, me dieron la ensaladera…- comenta Conchita, prudentemente.
¿¿¿Cómo??? ¿Qué Conchita Martínez fue campeona de Wimbledon en 1994? Pero no habíamos quedado que desde 1966, ningún “español” había ganado este trofeo. A mí el apellido Martínez me suena como de aquí, pero investigo. Efectivamente, Conchita nace en Monzón (Huesca). A lo mejor es que Monzón se ha segregado de España y ha pasado a ser una república Báltica y yo no me he enterado.
Reconozco que lo vi todo rojo y me puse como una moto: ¡Machistas! ¡Mal educados! ¡Qué poca sensibilidad! ¡Qué falta de respeto!... estando allí presente la muchacha. Y es que no entendía nada. Me explico. Meses atrás, nos tiramos de los pelos porque una ministra osó decir “miembras”. Esto desata una monumental y ridícula polémica que dura varios días. Amablemente, los sabios de la RAE y también algunos escritores del ala izquierda, que eso duele más, nos explican que el masculino es inclusivo, que se utiliza de forma genérica, que como nos ponemos algunas por este tipo de tonterías… O sea que en el ámbito deportivo cuando se dice español, es español y no española.
Conchita Martínez soportó durante las cuatro horas y pico que duró la final, el peloteo babosillo de los comentaristas que estaban emocionadísimos con la posibilidad de que, después de 42 años, la España masculina consiguiera el tan ansiado trofeo. No nos confundamos que una copa no es igual que una ensaladera. Y es que cuando conviene, se diferencia escrupulosamente entre hombres españoles campeones y mujeres españolas con ensaladera… Porque lo de la copita para ellos y la ensaladera para ellas, tiene miga.
Lo de Wimbledon es fuerte. Resulta que a los hombres sólo se les nombra por su apellido y a las mujeres se les añade “Miss” o “Mrs”. Pero, bueno ¿esto qué significa? ¿Que todo el mundo tiene que enterarse si están libres o ocupadas como los taxis?. Pero el colmo de los colmos es el nombrecito que le dan a la puñetera ensaladera, "Venus Rosewater Dish", que significa El Plato de Agua de rosas de Venus ¡Serán cursis!
En fin, no comment, como dirían los británicos, ¿o las británicas y los británicos?, ¿o la ciudadanía británica?… Y es que estoy con este tema del lenguaje inclusivo, como dice el bolero, algo perdida, sin rumbo y en el lodo…
Y ante la pregunta clave, ¿nos vamos de copitas o nos hacemos una ensalada aquí en casita? Respuesta correcta: Conozco un bar de copas donde hacen unas ensaladas… Siempre en contra de la exclusión, queridos y queridas.